jueves, 12 de agosto de 2010

Nuevo Capítulo

¡Hola chicas!

Hemos tardado un poco, pero es que andamos de vacaciones. Una perdida por Canadá, otra por el pueblo sin internet...

Pero bueno, aquí os traemos el segundo capítulo de la saga listo para leer (:

Capítulo 2

Si tardamos tanto también es porque nos gusta hacer buenas traducciones. Que todo el mundo las entienda ^3^
Si veis algún error o el link no os funciona, sólo avisadnos en el chat o con un coment.

Saludos! ;D

miércoles, 4 de agosto de 2010

Argeneau 6 - Capítulo 1

Y llegamos con el premio del día ^^

Aquí os dejo un link para que podáis leer y descargaros el primer capítulo de Bite me if you can, la novela Argeneau del viejo Lucian.

Capítulo 1


Gracias a Minia por hacerle una segunda corrección. Esta semana se nos marcha a Canadá y no podremos verla en un tiempo :'D Pero seguramente, mientras tanto, subiremos otro capítulo más

n_n

Eso es todo por hoy!!

Besos~

martes, 27 de julio de 2010

Actualizando Mordisco Rápido

Gracias a Minia, que ha dedicado un poco de su tiempo a corregir algunos de los fallos que había en la anterior versión de Mordisco Rápido, de Lynsay Sands.

Aquí dejo el link para la descarga, quien quiera releerlo o aún no le haya echado una ojeada al primero de los libros de la saga Argeneau.

Descarga desde Box


Actualizo también el link del libro.

martes, 6 de julio de 2010

Staff de Anoiss Traducciones

Administración

Iria







Fundadora
Traductora y correctora de inglés
País: España
Vicios: el manga/anime, el chocolate, ver Bones y leer hasta muy tarde.

Minia

Traductora y correctora de Inglés
Edad: 18
País: España
Gustos: escuchar música y leer hasta el cansancio.


Traductores y Correctores

-Por determinar-

Traductores

-Por determinar-

Correctores

-Por determinar-

jueves, 1 de julio de 2010

Elizabeth Amber

Lords Of Satyr

~Traducido por Natichi~

01. Nicholas



Son los últimos de un legendario linaje de la aristocracia de otro mundo, los Lores Satyr, nacidos para la riqueza, el poder, y con un talento para el deleite sensual con el que los simples mortales solamente sueñan. Habiéndoseles ordenado casarse, estos hombres apasionados viajarán a Roma, Venecia y París y por el camino exploraran deseos tan desvergonzadamente perversos como completamente divinos. Nicholas solo parece ser lo que se ve a simple vista—el apuesto y próspero heredero de una viña en Toscana. Pero Nicholas es mucho más que eso, porque es uno de los últimos de un antiguo linaje de sátiros. Y el rey moribundo de ElseWorld no solo quiere que se case, sino que lo haga con una de sus propias hijas—mitad humanas, mitad Faerie—quién es inconsciente de su herencia. Nicholas no eludirá su deber de producir herederos para proteger los legados bajo su cargo, pero nunca ha planeado hacer de su novia su única amante. El hambre sexual y las destrezas sensuales de un sátiro son legendarias. Una sola mujer nunca lo satisfará. O eso es lo que cree Nicholas hasta que conoce a Jane. Tan briosa como es fantasiosa, tan hermosa como inocente, está sin embargo determinada a lograr que su nuevo marido sea solo suyo y para eso está dispuesta a que él le enseñe cada uno de los secretos deliciosamente carnales que conoce.

Prólogo

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02. Raine



Cuando King Feydon estaba tendido en su lecho de muerte, escribió una misiva a los hermanos Satyr, suplicándoles que encontraran a las tres hijas que el Rey Fae engendrara con mujeres humanas hace muchos años. Los tres hermanos deben casarse con una de las mujeres mitad Fae para protegerlas de aquellos que buscan utilizarlas para destruir el reino mortal.

Pero el destino intervino para asegurar que cada hermano encuentra su pareja perfecta en la mujer a quien han sido obligados a proteger. Raine descubre el amor en su futura novia, Jordan, a pesar de que ha jurado nunca amar o entregar nuevamente su confianza a una mujer después que su ex-esposa intentara destruir a la familia con rumores sobre las prácticas realizadas a puertas cerradas por los hermanos Satyr.

Los hechizos de protección que los hermanos Satyr tejen para sus compañeras exigen los fuertes vínculos del matrimonio, pero Jordan es diferente de cualquier mujer que Raine haya conocido antes, y convencerle de que se case con él es más fácil de decir que hacer.

Prólogo

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Raine - Primer capítulo

Prólogo

Propiedad Satyr, Toscana, Italia
Septiembre de 1823

Hace unos meses, una carta en pergamino rociada con un rastro preocupante de magia de ElseWorld llegó a la propiedad Satyr en EarthWorld. Escribita por el King Feydon, se leía....


Lores de Satyr, hijos de Baco,

Deben saber que estoy tendido moribundo y nada puede hacerse. Como mi tiempo está cerca, el peso de las indiscreciones pasadas me persigue. Debo hablar de ellas.
Hace diecinueve veranos, procreé hijas sobre tres mujeres humanas de alta alcurnia de EarthWorld. Sembré a mi semilla mientras estas mujeres dormían, dejando a cada una inconsciente de mi visita nocturna.
Mis tres hijas han crecido y ahora son vulnerables, deben ser protegidas de fuerzas que intentan dañarlas. Mi último deseo es que las busquen y las pongan bajo su protección. Pueden encontrarlas entre la sociedad de Roma, Venecia, y París.
Esa es mi voluntad.

El fallecimiento inminente del Rey Feydon y las noticias de que sus tres hijas mitad humanas, mitad Fae estaban en peligro envían a los tres apuestos Lores Satyr en busca de las novias FaerieBlend . Las Fuerzas que protegen la puerta entre EarthWorld y ElseWorld entran en un reflujo bajo cuando uno de los hermanos está ausente de la propiedad así que deben partir individualmente. Nick, el hermano mayor ya ha descubierto y se casado con Jane, la primera de las hermanas.
Ahora es el turno del segundo hermano, Raine. Pero él ha estado casado antes, un matrimonio desastroso por cierto. Aunque está dispuesto a cumplir con su deber y casarse otra vez, es reluctante a compartir su corazón...

Nicholas - Primer Capítulo

Prólogo

Propiedad Satyr, Toscana, Italia
1823

Era luna llena y una noche de Llamada.
Los Señores de los Sátiros se encontraban en silencio en el punto de encuentro sagrado en el corazón de la antigua viña de la familia. El instinto los había impulsado allí. La necesidad los alimentaba.
Se detuvieron debajo de una gran estatua –la más imponente de aquellas que rodeaban la aislada cañada. Encima de ellos sobre un pedestal, Baco estaba de pie congelado en piedra. Las parras se entretejían en su pelo, y llevaba una copa de vino se su una mano extendida como si estuviera ofreciendo un brindis en celebración de lo que estaban a punto de hacer.
El primer rayo de la luz de la luna disipó las tinieblas, empapando a los Señores en su plata, revelando su desnudez. Casi al unísono, fueron embargados por calambres que se extendieron cruelmente sobre sus estómagos tensos. Se encorvaron, sus rostros retorcidos en muecas. Crudos quejidos, mezcla de dolor y placer estallaron en sus gargantas cuando ocurrió el último cambio físico de la noche de la Llamada.
Nicholas, el mayor, se recuperó primero.
Sus ojos dieron un rápido vistazo de la cañada. Estaban protegidos, lo sabía. Los desconocidos nunca iban allí. Cuando los seres humanos se acercaban demasiado eran repelidos por una fuerza que no comprendían.
Quiso enderezarse y ponerse de pie, aliviado de que la agitación hubiera pasado. Odiaba sentir la indefensión que siempre acompañaba el Cambio. No podía permitirse ser vulnerable, ni siquiera por ese breve momento. Había demasiado en riesgo.
Sería peligroso que alguien viera a él o sus hermanos en este estado. Era una criatura extraña ahora, apta solamente para un harén o burdel que satisficiera a aquellos con un gusto especial por lo bizarro. Justamente la clase de lugar que solía frecuentar, él tenía un muy especial sentido del humor.
Se tocó, deslizó un pulgar y dos dedos a lo largo de la recién despertada carne de la raíz a la cima. Su pulgar encontró la gota de humedad en el pliegue en su punta y la desparramó despreocupadamente.
El último Cambio de Moonful lo había dotado con este nuevo eje de hueso y tendones- esta segunda polla rasgada de su propia carne. Se extendía larga y dura desde de su pelvis, y temblaba con hambre. Solo ligeramente un poco más pequeña que la enorme polla que ya se encontraba arraigada bajo la mata de vello, ansiaba el alivio tanto como su gemela. La calmó, acariciándola. Imitando la bienvenida que descubriría pronto entre muslos de sexo femenino, mientras esperaba que sus hermanos pasaran por un cambio similar.
A su orden, los jirones de niebla que se movían por la cañada comenzaron a girar en círculos para luego detenerse, tomando forma - cambiando. Las formas iridiscentes surgieron del vapor y se solidificaron en Shimmerskins - mujeres inanimadas habían atendido al sátiro desde tiempos remotos. Sus suaves manos acariciaron su recién cubierto tronco, brindándole confort.
Momentos después, los tres Señores se movieron para perseguir sus placeres individuales separadamente. Sus instintos eran más animales que hombres ahora, sus mentes atraídas por un solo objetivo.
Las Shimmerskins se movieron ante ellos como autómatas exuberantes, preparándose diligentemente para cumplir el papel para el que habían sido diseñadas. Ansiosamente, caminaron silenciosamente a los pequeños altares planos que salpicaban la cañada. Sus sonrisas eran vacuas, sus movimientos planeados.
Pechos y abdómenes se apoyaron sobre el granito frío cuando se inclinaron hacia adelante sobre las lajas de piedra, con sus piernas extendidas y sus pies descalzos plantados en el musgo. Sus orificios automáticamente humedecidos y preparados mientras se postraban, aguardando el placer de los Señores, justo como legiones incontables de su clase se habían brindado allí durante siglos.
Cada hermano escogió a una Shimmerskin y se acomodó detrás de ella.
La luz de la luna captaba el resplandor de cobalto de sus ojos cuando Nicholas se puso de pie sobre una Shimmerskin dorada. Con sus pulgares, presionó las puntas rojizas y agotadoras de sus pollas en las aperturas anales y vaginales expuestas. Al igual que sus hermanos, necesitaba dos aperturas de sexo femenino inmediatamente para su primera cópula de esa noche. Su segunda polla requería solamente una eyaculación y se retiraría después dentro de él hasta que el Moonful del próximo mes.
Sus palmas se aplanaron sobre la piedra a los costados de sus caderas. No la preparó como debería haber hecho con una mujer humana. Las Shimmerskins no sentían dolor. O placer, aunque lo fingían bien.
Un retumbo bajo brotó en su pecho mientras miraba su suave y brillante trasero. Con un áspero gruñido, se hundió profundamente.
Ella gimió como siempre hacían las de su clase cuando eran violadas. Cerca, sus hermanas se hicieron eco del sonido femenino. No significaba nada, lo sabía. Todo lo que hacían estaba programado para incitar la pasión del macho. Para él solo tenía un propósito y ella lo llevaría a cabo, sin importar lo obsceno o vicioso que pudiera ser.
Se retiró y se hundió otra vez, y otra vez. Dobles punzadas la sacrificaban a sus pesados movimientos rítmicos. Sus tejidos adoraban sus pollas como puños mojados, llevándolo a su liberación con precisión metódica.
Vagamente, sintió la exultación de sus hermanos en su rutina, y eso alimentó la suya. La sangre Satyr los vinculaba, causando que compartieran las emociones cuando la tensión las agudizaba.
Por largos momentos, la descarnada bofetada de acalorada carne sonaba fuerte en el silencio de la cañada. Nick cargó con absurda, despiadada fuerza, ansioso de recibir las atenciones de las otras Shimmerskins cuyas manos lo tocaban y acariciaban, mientras aguardaban su turno.
Faunos, ninfas, faeries, y ménades esculpidos en la roca y para siempre enzarzados en abrazos carnales miraban el enfermizo escenario con lozana aprobación. Baco sonreía con indulgencia, satisfecho.
El éxtasis se disparó, la pasión de cada hermano se basaba en la que el otro experimentaba. Por un rato, Nick se perdió debido a la cópula animal.
Al final, sus testículos se elevaron, se tensaron. La cruda necesidad se enroscó en su vientre.
Tres gritos triunfales de liberación sonaron casi inmediatamente. Cálidas semillas mojadas fueron arrojadas. Los pasajes interiores de las Shimmerskins convulsionaron en aceptación.
La respiración de Nick atravesó como una sierra sus pulmones en el período subsiguiente a la satisfacción angustiosa y vacía.
Apretó sus dientes contra el nuevo dolor mientras su segunda polla, ahora saciada, retrocedía del ano y el trasero de la Shimmerskin al interior de su pelvis. El afilado borde de la necesidad no se había embotado. Pero requeriría solamente una apertura de sexo femenino ahora.
La Shimmerskin dorada se disolvió en la nada de la que venía. Nick puso una víctima fresca bajo él.
Órdenes masculinas y gruñidos se mezclaron y flotaron sobre senderos de neblina. Todos fueron capturados por una suave brisa mientras los Señores de los Sátiros saciaban su lujuria hasta el amanecer.

Fragancia de oscuridad - Primer capítulo

Capítulo 1

-¡Pasa el vodka! Quiero hacer un brindis -los chicos Wilder gritaron, pero Konstantine Wilder, descendiente de una larga línea de guerreros, no sería disuadido por las malas maneras de su prole de dudosa reputación.
Ellos refunfuñarían y sus invitados deberían sonreír, pero todo el mundo de la pequeña ciudad de montaña de Blythe, Washington, esperaba que él diera un discurso durante una de las celebraciones de la familia Wilder. Sus palabras eran tan parte de sus ocasiones especiales como las mesas de picnic repletas de manjares como kasha y tabaka, y otros americanos como los perritos calientes y mazorcas de maíz, como la música rusa y el baile, como las partidas de póker, como la buena compañía.
Él no los defraudaría.
Andando a zancadas ante la llameante fogata, ocupó su lugar como centro de atención. Su voz irrumpió a través del grupo de invitados.
-Mi mujer y yo huimos de la madre Rusia con los demonios del infierno tras nuestros talones. Vinimos a esta tierra de leche y miel -movió sus manos para abarcar la larga extensión de su valle-. Y aquí hemos prosperado. Cultivamos uvas, las mejores de Washington. Tenemos nuestro propio jardín. Nuestra propia cabra. Nuestras propias gallinas. Más importante, criamos a nuestros hijos.
La gente de Blythe se removió en sus asientos para sonreír a sus hijos, manteniéndose juntos como tres corderos para el sacrificio.
-Jasha ha crecido fuerte, alto y apuesto, como yo -como Konstantine más de lo que ninguna de esas gentes pudiera imaginar o entender. Un lobo-. Él tiene-¡es el cabecilla!-su propia compañía de vinos en Napa, California, y usa las uvas de su padre para hacer buen vivo -Konstantine elevó una botella de la mesa y la enseñó a todos la etiqueta-. Él es elegante. Es adinerado. Es el mayor, mi hijo primogénito, aún así, a la edad de treinta y cuatro…
-Aquí viene -dijo Jasha por la comisura de sus labios.
-No le tiene respeto a su padre, cuyo oído es excelente.
-Lo siento, papá -sin embargo, Jasha plantó sus pies a la altura de sus hombros en el suelo y cruzó sus brazos sobre su pecho.
Konstantine no estaba impresionado por la disculpa o la postura. Vio el destello rojo en lo más profundo de los ojos dorados de Jasha.
-Aun así, a su edad de treinta y cuatro, está soltero.
Rurik codeó a Jasha lo suficientemente fuerte como para zarandearlo de lado.
-Me parte el corazón. Quizás alguna de vosotras, jóvenes señoritas, consentiría casarse con él. La semana que viene, hablad conmigo. Haremos los arreglos -Konstantine asintió, satisfecho al tachar un elemento de su lista mental.
Casar a mi hijo mayor.
Precedió con su siguiente víctima.
-Rurik es un aventurero.
-Un arqueólogo, papá -dijo Rurik.
-Arqueólogo, aventurero-veo las películas de Indiana Jones. Son lo mismo -Konstantine descartó las objeciones de Rurik con un gesto de su recia mano-. Rurik es listo, muy listo, con muchos grados sutiles. También es apuesto, como su padre.
Los ojos de Rurik, del color del brandy, su suave pelo marrón, y sus perfectos músculos lo hacían una presa para las señoritas. Incluso su padre podría decirlo.
-No es tan rico como su hermano. Aún así cuando yo muera, recibirá su parte de mi tierra aquí en la preciosa Cordillera de las Cascadas, así que tendrá dinero para el matrimonio. Menciono esto porque aún, a la edad de treinta y tres…
Con un sonoro puñetazo, Jasha golpeó a Rurik en el hombro.
-…él está soltero. Me rompe el corazón. Quizás alguna de vosotras, jóvenes señoritas consentiría casarse con él. La semana que viene hablad conmigo. Haremos los arreglos.
Los hombres de Blythe se reían, pero las mujeres estaban evaluando a sus hijos. Cierto, Blythe era un pequeño pueblo de sólo 250 personas incluyendo las granjas de la periferia, así que algunas mujeres eran muy jóvenes y otras habían pasado la edad fértil, y no pocas tenían piernas como troncos de árboles y la piel como la corteza. Pero los chicos ya habían estado fuera, por el vasto mundo, por más de diez años y ni siquiera habían traído a casa una esposa, y situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
Konstantine quería mecer a un nieto antes de morir.
Si todo hubiera resultado tal y como Zorana y él planearon treinta y cinco años atrás, cuando vinieron a ese país, él podría hablar ahora de Adrik…
Sus invitados se callaron mientras esperaban, viendo su pena, respetando su angustia.
Adrik estaba perdido para ellos. Perdido en el pecado de su propia alma. Perdido en el aliciente del pacto.
Konstantine dio un largo y tembloroso respiro. Cuadró sus hombros, y expulsó con firmeza el dolor en su pecho. Con una ancha sonrisa, hizo un ademán hacia Firebird.
-Y finalmente, tenemos a nuestra propia hija. Hoy celebramos, no sólo el Día de la Independencia de los Estados Unidos, sino el vigésimo primer cumpleaños de Firebird.
Incluso después de todos esos años, no podía creérselo. Por cientos de años, nadie en su familia había engendrado a una hija. Sin embargo, él sí. Su propia niña, su bebé, su milagro.
El amor y la gratitud afloraron en su pecho con tanta fuerza, que apenas podía hablar mientras la miraba, tan bonita, con el pelo rubio que ella insistió en cortar en una poco femenina medida, y ojos azules tan brillantes y decididos. Siempre decidida, su hija. Decidida al dar sus primeros pasos tras sus hermanos, decidida al entrenarse en su gimnasio, decidida al caminar otra vez después de que las irregulares barras se rompieran, finalizando sus sueños.
Aunque aquella noche sus ojos no estaban tan brillantes.
Había crecido durante su último año de preparación en la universidad. Ahora era una mujer, con sus silencios y misterios de mujer.
¿Cómo había ocurrido?
-Mi Firebird, ella es preciosa, y más inteligente que sus hermanos.
Ambos golpearon los hombros de Firebird, pero dulcemente. Sus hermanos siempre eran tiernos con Firebird.
-Consiguió becas para cuatro universidades -Konstantine alzó cuatro dedos para enfatizarlo-. Fue a Brown, una escuela de mucho prestigio, y finalizó en sólo tres años con un graduado en programación de software y otro en japonés -golpeó su pecho con orgullo-. Ahora, os preguntaréis: ¿qué tiene de bueno tanta educación en una mujer?
Su audiencia volvió a reír.
-No lo sé. ¿Qué hombre quiere una mujer más inteligente que él? -inquirió.
-Ahora es lo que todo hombre tiene -dijo Zorana.

Toque de Oscuridad - Primer Capítulo

Prólogo

La noche en la que todo comenzó

-Quiero que me cubras las espaldas-Konstantine le pasó a su hermano la botella y señaló hacia el campamento del valle que había abajo-. Voy a coger a la chica Gitana.
-Se supone que no debemos molestar a los Gitanos-Oleg tomó un largo trago de vodka-. ¿Recuerdas? Está escrito. Cualquier mujer es nuestra para follar, excepto esas Romaníes.
Konstantine mostró sus blancos y afilados dientes en lo que pasó por una sonrisa.
-Me pregunto por qué-la familia Varinski no tenía reglas. Casi ninguna regla. Podían hacer lo que quisieran-secuestrar, robar, torturar, asesinar-y nadie podría pararlos.
Pero existía una antigua ley.
No podían tocar a una mujer gitana.
-Los Gitanos son asquerosos-Oleg escupió en dirección al campamento, y el escupitajo se evaporó al tocar el suelo congelado. Ese otoño era tan frío como los pechos de una bruja, con una gelidez temprana que había arruinado los cultivos y puesto un filo hambriento en el carácter de cada uno-. Cogerás una enfermedad.
-¿Qué me importan las enfermedades? Lo único que me puede matar, hermano, eres tú.
-No te mataría-dijo apresuradamente.
Oleg tenía la edad de Konstantine, y casi el mismo tamaño: dos metros, bien musculados, con grandes puños. Mejor, Oleg era un gran luchador. Pero le temía al dolor. Cuando tenía que luchar, lo hacía, pero no le gustaba.
Konstantine lo amaba. Amaba ganar, por supuesto, pero más que eso, amaba todo lo relacionado con una pelea. Amaba trazar sus estrategias mientras estaba en pie, figurándose quién sería el siguiente en atacar y cómo, calculando cuál de sus enemigos era más fácil de vencer y cuál requería un esfuerzo extra. El dolor actuaba como estimulante, y el rojo era su color preferido.
Aquella noche Konstantine quería más acción. Supuso que allí habría probablemente cuarenta personas en el campamento Gitano: treinta hombres y mujeres de quince a setenta años, y diez niños.
-¿Acaso no hemos peleado fuerte esta noche? ¿No nos hemos lavado las manos en la sangre de nuestros enemigos?
-No eran nuestros enemigos-Oleg clavó su mirada en las fogatas del campamento-. Era únicamente otro trabajo.
-Sea quien sea al que nos hayan contratado matar, es nuestro enemigo-Konstantine cogió la botella y bebió hasta que el vodka quemó sus tripas, y la devolvió a su sitio. Él no infravaloraba a los Gitanos; defendían lo suyo, valoraban a la chica, y más que nada, peleaban sucio. Apreciaba eso. También calculó que podría robarles a la chica delante de sus propias narices-. Estoy negociando con un terrorista en Indonesia. Pronto iremos a la guerra. Hasta entonces-miró colina abajo hacia el campamento, la emoción de la persecución corriendo por sus venas-, pillaré unas cuantas gatitas Gitanas.
Oleg impactó la botella contra su cabeza.
Konstantine vio las estrellas.
Haciéndole un placaje por detrás de sus rodillas, lo tumbó y envolvió un codo doblado alrededor de su garganta.
-Si lo haces, deberás dejar el clan.
-¿Quién tendrá los cojones de echarme? -Konstantine miró dentro de los ojos de su hermano a modo de desafío-. No tú, Oleg.
-No. Yo no. Pero tal vez…tal vez la ley Gitana no viniera del primer Konstantine…sino de su creador.
-¿De su madre? -sus labios se curvaron-. Mató a su madre para sellar el pacto con su sangre.
-No. Del diablo-Oleg tiró del pelo de Konstantine-. ¿Nunca pensaste en eso? ¿Nunca has pensado que el diablo pudiera haber sido el que puso esa condición en el pacto?
-Por supuesto que lo pensé. ¿Nunca te preguntaste por qué? ¿Por qué habría de decirle el diablo al viejo Konstantine que no podía tocar a las mujeres Gitanas?
-Yo…no lo sé.
Konstantine se relajó bajo los brazos de su hermano. En un tono coloquial, dijo:
-¿Viste a la chica Gitana cuando estaba en el pueblo? -esperó-. Bueno, ¿la viste?
--Oleg era reacio a alimentar la obsesión de Konstantine, pero la entendía muy bien-. Es preciosa. Demasiada pequeña para ti, sin embargo.
-Pechos erguidos, cintura estrecha, pequeñas caderas, pelo oscuro-
-Le crecerá un bigote pronto.
-¿Qué me importa? No voy a quedarme con ella. ¿Pero te diste cuenta de esos profundos y oscuros ojos que lo ven todo? ¿Sabes por qué sus ojos son así? Porque puede ver el futuro.
Oleg bajó la guardia.
-Son Gitanos. Mienten para poder quitarles el dinero a los humanos crédulos.
-No, escuché a su gente hablando-creyeron que era un perro. La chica no dice la fortuna. Tiene visiones. Quiero que tenga a un hijo mío.
-Un hijo. No puedes tener un hijo con ella. ¡Es Gitana!
Konstantine agarró con fuerza las muñecas de Oleg.
-Piénsalo bien, Oleg. Abre tu pequeña y diminuta mente. Imagina un hijo con mis dones y sus visiones combinados. Sería poderoso, tan poderoso que El Maligno lo temería. Es por eso que no podemos yacer con las Gitanas. Porque mi hijo podría tomar el lugar del diablo como líder del infierno.
Oleg volvió a sentarse, su expresión horrorizada.
-A veces, Konstantine, estás loco.
Y tan pronto como Oleg perdió la oportunidad de mantenerlo agarrado, Konstantine cambió.
Donde había estado tumbado sobre la tierna hierba, había un montón de ropa, y sobre ellas se erguía un enorme y musculoso lobo de pelaje castaño-un lobo que era Konstantine.
Oleg se debatió por recuperar el agarre, pero el lobo cogió la mano de Oleg entre sus dientes y mordió hasta que los huesos crujieron.
-¡Puto govnosos! -aulló Oleg.
Konstantine lo soltó. A veces Oleg necesitaba ser puesto en su lugar.
Trotando colina abajo, entró en el campamento. Casi a la primera, captó la esencia de la chica-un cuerpo joven, fresco y limpio. Se mantuvo lejos de los hombres, queriendo no meterse en problemas hasta que tuviera su presa a la vista, y que nadie le prestara atención, porque los lobos viajaban en manada, y los canes aislados no eran un incordio. Siguió a su olfato, y allí estaba ella, sentada con las otras niñas, escuchando y hablando, riéndose de las payasadas de otra que estaba haciendo un sombrero de piel, todas usando un huso para convertir la lana en hilo. Se mantuvo fuera de la vista de la hoguera, observando.
Sus intenciones eran frías y calculadoras, cierto; quería un hijo nacido de sus entrañas. Pero el acto sería un placer, porque la chica era muy guapa.
Inesperadamente, algo frío corrió por su espina.
Peligro.
Miró a su alrededor. Los hombres estaban bebiendo, y no se habían percatado de su presencia. Oleg no se atrevería a interferir de nuevo; probablemente estaría aún curando su mano y maldiciéndolo.
¿Entonces dónde estaba el peligro?
Allí. En el lado más alejado de la hoguera. La anciana.
¡Clac! Estaba espantada, la corazonada de una vieja bruja con las cejas tan oscuras y salvajemente rizadas que se podían ver desde esa distancia. Tenía una de esas blandas, protuberantes narices de señoronas que se curvaba sobre sus labios arrugados. Lo peor de todo era que, bajo esas arrugas y el pelo cada vez menos abundante, vio un retazo de belleza. Era como si le hubieran echado un maleficio, que le causara vejez.
Estaba seguro de que su abrigo de pelo castaño y su inmovilidad lo esconderían de ojos humanos, hasta que ella miró directamente hacia él, sus grandes gafas de monturas negras agrandando sus atemorizados ojos. Lentamente alzó su mano y lo señaló con su torcido dedo.
El silencio cayó sobre las niñas, y todas se giraron a mirarlo como si fuera uno solo.
-Varinski -dijo, y la palabra era una maldición.
-No seas tonta, vieja. Los Varinski no nos molestan.
-Varinski -dijo la anciana de nuevo.
¿Cómo lo había sabido? ¿Cómo lo reconoció?
Entonces la niña, la que tenía las visiones, se levantó con el huso en la mano.
-Iré a comprobarlo, anciana.
Era más fácil de lo que esperaba.
La chica comenzó a caminar hacia él.
Él absorbió al lobo y volvió a ser un hombre.
-¡No! -gritó la mujer con una fuerza sorprendente.
La chica se giró y caminó de vuelta hacia él.
-Está todo bien. Tengo que coger más lana, de todas formas.
Mientras la mujer luchaba por ponerse en pie, la hermosa Gitana caminó directa hacia los brazos de Konstantine. No gritó; él no le dio la oportunidad. Con una mano sobre su boca, envolvió su brazo alrededor de su cintura, la levantó, y caminó hacia el extremo del campamento. Él estaba desnudo. Ella llevaba una falda.
Sería fácil.
Entonces la muy perra usó el huso para pincharlo en el costado.
Él la soltó y rugió.
Ella gritó tanto como le permitieron sus pulmones, y gateó para escapar.
Pudo vislumbrar a los sorprendidos hombres llegando y cargando contra él. Agarrando su brazo, la giró hacia él, y cuando levantó la aguja de nuevo, la arrancó de su mano y la lanzó a sus rescatadores.
-¡Poyesh’ govna pechyonovo! -rió, cogió al líder del grupo y lo arrojó con un puñetazo al centro de la masa de hombres que cargaba contra él. Lanzando a la pequeña Gitana sobre sus hombros, corrió a la oscuridad.
Ellos no podrían atraparlos, esos Romaníes. No tenían su velocidad, sus pulmones o sus instintos.
Después de varios intentos de golpearlo para hacerlo perder el equilibrio, la chica paró, pero él no cometió el error de creer que se había resignado. Sólo estaba esperando. Esperando a que él parase y pudiera combatirlo con toda su fuerza y espíritu. Lo hacía querer reír, esa pequeña cosa que quería apuñalarlo con aquel artilugio de mujer. Sería un placer domarla.
Media hora después, paró en un motel a las afueras de Poltava. Tenía un acuerdo con el posadero.
Allí, éste mantenía una cabaña disponible para Konstantine, y él lo dejaba vivir.
La chica estaba lacia, tiritando de frío, y sin aliento de haber estado golpeando el hombro de Konstantine. La empujó encaminándola hacia la puerta y el calor dentro de la habitación. Le permitió deslizarse por su cuerpo, y la mantuvo mientras recuperaba su equilibrio, esperando mientras ella lo examinaba.
No se molestó en mirarlo de arriba abajo; apuntó justo en sus genitales y los inspeccionó con indiferencia.
La mayoría de las mujeres se desmayaban o hacía sonoros arrullos. Entonces ella escaneó el resto de su cuerpo. Su mirada persistió en la evidencia sangrienta de su ataque con el huso. Dijo:
-Así que puedes ser herido-y sonrió.
No estaba asustada. Estaba furiosa, y preparada para atacar. Sólo medía apenas metro y medio de estatura, conteniendo un valor de dos metros y medio de desafío. No podría ser sometida; eso nunca funcionaría. Así que hizo algo fuera de su carácter. La besó.
No supo por qué. Nunca había besado a una mujer antes. El coito no requería ese tipo de intimidad. Pero algo en esa niña le hacía querer tocar sus labios con los suyos, y no era un hombre que se privara de sus deseos. Era un beso lujurioso.
Aplastó su boca contra la suya.
Frunció estiradamente sus labios para repelerlo, y al mismo tiempo, ciñó sus brazos con sus dedos.
Entonces…cuando su aliento tocó su cara, las sensaciones lo barrieron. No lo reconoció, se sentía como un fuego encendido en una estufa que nunca había tenido una llama. Deslizó sus brazos por su espalda, buscando la fuente de ese sentimiento.
Ella dejó de agarrar sus brazos y se mantuvo inmóvil. Entonces, oh dios, sus labios se ablandaron y se abrieron. Era como una ciruela madura lista para que él le diera un bocado-lo cual hizo, el más gentil mordisco en su exuberante labio inferior.
Ella brincó, y cuando él la lamió, volvió a brincar.
Su lengua tocó la suya, y tan rápidamente como un incendio forestal, el calor rugió fuera de control. Su beso se convirtió en un intercambio de sabores, roces, pasiones, almas. Su beso los consumió, cegándolo del peligro y llevándolo a la locura.
Nunca más cogería a otra mujer. La quería a ella, la Gitana. Nunca otra mujer.
Cuando finalmente se apartaron, sin aliento y asombrados, él miró el interior de sus oscuros ojos castaños, y vio su destino. Eso era por lo que debía tenerla.
Eso era por lo que el diablo se la había prohibido.
Cuando habló, su voz era ronca y llena de pasión.
-Mi nombre es Zorana.
-Zorana -repitió. Conocía bien la magia contenida en un nombre; supo, también, que ella se lo había regalado con una parte de su alma-. Mi nombre es Konstantine.
-Konstantine -asintió.
Cogiendo su mano, lo guió hacia la cama. Para él fue como si el universo hubiera cambiado, convertido en un lugar donde las antiguas normas no eran aplicables, y la frescura traía esperanza, por mucho tiempo apagada, ahora devuelta a la vida.
Estaba en lo cierto.
Pero ningún hombre desobedecía abiertamente la autoridad del diablo sin temibles consecuencias.

Entre las sombras - Primer capítulo

Prólogo

En la frontera entre El Tíbet y Nepal

-No eres normal.
-Sabes, Magnus, que cuando te emborrachas, ese acento irlandés tuyo se vuelve tan marcado que apenas te entiendo -la voz de Warlord era suave y tranquila. Y tan mortífera como el whisky de malta que habían robado.
-Tú me entiendes perfectamente -Magnus sabía que nunca hubiera tenido los cojones de hacer ningún comentario sobre Warlord, sin importar lo cierto que fuera, si no estuviera jodidamente oscuro, en mitad del Himalaya, en mitad de la nada, y si él no se hubiera bebido un pequeño trago de ese fino whisky-es decir, casi toda la botella para él solo. Y si no fuera el segundo al mando de las tropas mercenarias, con la responsabilidad de mostrarse ebrio.
-No eres normal, y los hombres de aquí lo saben. Murmuran que eres un licántropo.
-No seas ridículo -Warlord se sentó muy por encima del campamento, su silueta contra el cielo nocturno, su brazo curvado alrededor de su rodilla, rifle en mano.
-Eso es lo que también les dije. Porque soy escocés. Sé mucho más que ellos. No existe tal cosa como los hombres lobos -Magnus asintió sabiamente, y rompió el precinto de una segunda botella-. Hay cosas mucho peores que eso. ¿Sabes por qué lo sé?
Warlord no dijo nada.
Nunca decía una palabra que no fuera necesaria. Nunca era amable. Nunca era agradable. Mantenía sus secretos, y era la cosa más endemoniadamente mezquina en la lucha que Magnus había podido ver en su vida. Ahora, mientras sus muchachos estaban celebrando su último saqueo, él estaba haciendo guardia en el punto más alto con vistas hacia su guarida. Para un hombre que destacaba en el robo a turistas ricos y oficiales del gobierno, y que nunca cavilaba a la hora de matar cuando la ocasión lo requería, era endemoniadamente decente.
Magnus continuó:
-Crecí en las desoladas Islas Hébridas, lejos al norte, donde el maldito viento sopla todo el tiempo, ni una sola planta se atreve a crecer, y los viejos cuentos son repetidos una y otra vez en las largas noches de invierno.
-Suena bien como lugar para crecer -Warlord cogió la botella del puño de Magnus y la inclinó hacia su garganta.
-Eso es -Magnus observó a su líder-. Tú no sueles beber.
-Si vamos a rememorar algo, debería usar algo para amortiguar el dolor -Warlord era un oscuro borrón contra las estrellas-un borrón antinaturalmente oscuro.
Por la mañana, Magnus se arrepentiría de haber soltado su lengua de ese modo. Como todos los hombres de allí, y había sido marcado por la crueldad y la traición, la única maldita cosa en la que destacaba era la lucha, y si alguna vez era capturado por algún gobierno en el mundo, sería colgado-o peor.
Pero el whisky lo volvía sociable, y confiaba en Warlord-él creaba las normas, y era implacable a la hora de hacer que los demás las cumplieran, pero era condenadamente justo.
-¿Echas de menos tu hogar, entonces? -preguntó.
-No pienso en ello.
-Es cierto. ¿De qué sirve? No podemos volver. No nos querrían. No con tanta sangre en nuestras manos.
-No.
-Pero hoy nos lavamos parte de esa sangre.
Warlord alzó sus manos y las miró.
-Las manchas de la sangre nunca se van.
-¿Cómo lo sabes?
-Mi padre me lo dejó muy claro. Una vez que das voluntariamente un paso hacia el demonio, estás marcado de por vida y destinado al infierno.
-Sí, mi padre decía las mismas tonterías, justo antes de desatarse el cinturón y golpearme con él -Magnus se encorvó, para luego animarse de nuevo-. Esos monjes budistas de hoy fueron agradecidos, sin embargo. Nos bañaron con bendiciones. Eso nos puede ayudar. ¿Es ese el motivo por el que los dejaste libres?
-No. Los liberé porque odio a los matones, y esos soldados chinos son unos capullos que piensan que es divertido usar a esos hombres benditos como práctica de tiro -la voz de Warlord vibró con furia-. No lo soportas. Pero esta vez nos pagaron con algo más que bendiciones.
Para el asalto había sido beneficioso, cargándolos con armas de fuego, munición, y un general chino que había renunciado a su licor y su oro para mantener las fotografías de su affaire secreto con el hijo menor del presidente comunista.
Magnus sonrió abiertamente mientras mirada hacia delante, al este, donde un brillo en el horizonte marcaba la luna creciente.
-Tú y yo, hemos ido de putas juntos. Hemos peleado juntos. Y sigo sin entender cómo pareces saber siempre dónde está escondido el dinero y el alcohol, y dónde hay mayor número de escándalos.
-Es un don.
Magnus agitó su dedo hacia él.
-¡No me distraigas con tus disparates! ¿Cómo llegaste a ser tal criatura?
-Del mismo modo que tú. Maté a un hombre, huí, y terminé aquí -Warlord elevó la botella y brindó por las cumbres nevadas que dominabas sus vidas-. Aquí, donde la única norma es la que yo hago, no tengo que rogar por piedad a nadie.
-Sabes que no es eso a lo que me refiero. Algo está mal contigo. La sombra que proyectas es demasiado oscura. Cuando estás enfadado, hay una especie de -Magnus movió sus dedos en un contoneo- resplandor trémulo en los bordes. Tienes un modo de aparecer de la nada, sin sonido alguno, y sabes cosas que no son asunto tuyo, como ese general chino que sodomizaba a ese chaval. Los hombres aseguran que no eres humano.
-¿Por qué dicen eso?
-Por tus ojos… -susurró.
-¿Qué ocurre con mis ojos? -Warlord volvía a tener ese tono suave y mortífero en su voz.
-¿Te has mirado en un espejo últimamente? Jodidamente espeluznantes. Por eso los hombres te han seguido. Pero ahora hay quejas -Magnus se abrazó a sí mismo con un poco de disgusto.
-¿Por qué hay quejas? -preguntó Warlord con engañosa calma.
-Los hombres dicen que no estás prestando atención a los negocios, que estás distraído con tu mujer.
-Con mi mujer -los ojos obsidiana de Warlord refulgieron en la oscuridad.
-¿Creías que nadie se iba a dar cuenta que desaparecías por las noches? Te ven marchar, y entonces susurran entre ellos -Magnus intentó suavizar el ambiente-. Son una panda de viejas.
Warlord no se mostraba divertido.
-¿Y no están contentos con el resultado de esta incursión?
-Sí, pero hay más cosas además de tener una buena pelea y robar una gloriosa cantidad de dinero -Magnus fue al grano-. Los chicos están preocupados por su seguridad. Hay rumores de que los militares de ambos lados de la frontera están cansados de que metamos las narices en sus asuntos, y están enviando refuerzos.
-¿Qué tipo de refuerzos?
-No puedo responderte a eso exactamente. Están siendo demasiado reservados. Pero están también llenos de energía y, bueno…
Warlord se echó hacia atrás.
-¿Llenos de energía y…?
-Diría que también están asustados. Como si hubieran empezado algo que no pueden frenar. Seré franco contigo, Warlord. No me gusta nada de esto. Necesitamos que dejes de follarte a la chica y descubras qué está ocurriendo -ya está. Magnus le había dado el mensaje, y Warlord no le había arrancado la cabeza.
Aún.
Apoyó su espalda contra la roca. El granito estaba frío. Por supuesto. A excepción del breve verano, esas montañas estaban siempre frías. Y en ese valle, limitado por tres lados con acantilados, y por el otro con un desfiladero que daba a un río embravecido, el constante viento azotaba su escaso cabello y lo cortaba profundamente hasta los huesos.
-Odio este puto lugar -murmuró-. Nada bueno ha salido de Asia aparte de las especias y la pólvora.
Warlord se rió, y casi sonaba como si estuviera divirtiéndose.
-Tienes razón en eso. Mi familia es de Asia.
-No me tomes el pelo, no eres un chino.
-Un cosaco de las estepas, lo que actualmente es Ucrania.
Magnus sabía geografía; había trabajado en esa área del mundo como estafador y soldado.
-Ucrania… eso está cerca de Europa.
-Cerca sólo cuenta en el juego de las herraduras y las granadas de mano -Warlord miró hacia arriba, a las estrellas. Tomó un sorbo de whisky-. ¿Has escuchado hablar de los Varinski?
Magnus cambió de un estado apacible a uno con expresión homicida en pocos segundos.
-Esos hijos de puta.
-Has oído hablar de ellos.
-Hace ocho años estuve trabajando en el Mar del Norte, haciendo un poco de piratería, robando algunas cosillas, y tres Varinski me alcanzaron. Me informaron de que ese era su territorio, que iban a llevárselo todo -Magnus clavó su dedo contra la hendidura de su mejilla donde faltaba una muela-. Les dije que no fueran tan codiciosos, tenía suficiente para todos. Pero esos hombres… es por ellos que mi nariz está torcida. Es por ellos que me faltan tres dedos y dos meñiques. Estuvieron a punto de matarme, entonces me tiraron al océano para que me ahogara. Los médicos dijeron que fue por eso que no morí desangrado. Hipotermia. Varinskis -escupió el apellido como si fuera veneno-. ¿Sabes la reputación que esos monstruos tienen?
-Sí.
-Odio a esos hijos de puta.
-Ellos son mi familia.
Un terror gélido recorrió la espina de Magnus.
-Los rumores sobre ellos son…
-Todo cierto.
-No puede ser -Magnus se agarró firmemente al éxtasis inducido por el alcohol, que se evaporaba rápidamente.
-Dices que los hombres juran que no soy humano.
Magnus rechazó la idea con todo el ímpetu que logró reunir.
-Nuestros hombres son un puñado de salvajes ignorantes.
-Pero soy humano. Un humano con dones especiales… los más maravillosos, placenteros y tentadores dones -la voz de Warlord tejió un hechizo a su alrededor.
-No necesitas decírmelo. Soy todo un hombre guardando secretos -Magnus luchó por levantarse. La mano de Warlord se aferró a su brazo y lo sentó de nuevo de un tirón.
-No me dejes, Magnus. Querías saber.
-No quiero saber nada malo -murmuró.
-Querías consuelo. Te lo estoy dando -Warlord le pasó la botella. Se la pasó como si fuera a necesitarla-. Hace mil años mi antepasado, Konstantine Varinski, hizo un pacto con el diablo.
-Joder -Magnus siempre había odiado ese tipo de historias. Las odiaba porque creía en ellas.
Deseó que la luna apareciera de detrás de las sombras, pero apenas estaba a la mitad, y el lóbrego brillo asomaba entre ellas, pero no podía hacerlas desaparecer. Deseó que algunos de sus hombres le hicieran compañía, pero los muy estúpidos estaban en el valle, bebiendo, jugando, viendo sus estúpidos vídeos y vomitando. Nadie sabía que estaba sentado allí arriba, sonsacando secretos que deberían estar mejor enterrados, y ahora temeroso por su vida.
-Konstantine tenía su reputación en las estepas. Se complacía al matar, torturar, extorsionar, y se murmuraba que su crueldad rivalizaba con la del diablo -la voz de Warlord se tiñó de humor-. A Satán no le gustaban esas historias-juraría que es un pequeño vanidoso-y buscó a Konstantine para eliminarlo de la competición.
-No me digas que Konstantine venció al diablo -dijo Magnus incrédulamente.
-No, se ofreció a sí mismo como el mejor sirviente de Satanás. A cambio de la habilidad de poder dar caza y matar a sus enemigos, Konstantine prometió su alma, y la de todos sus descendientes, al diablo.
Magnus miró detenidamente a Warlord, intentando verlo, pero como siempre las sombras alrededor de su líder eran densas, oscuras, impenetrables.
-¿Eres su descendiente?
-Uno de muchos. Hijo del actual Konstantine -los extraños ojos de Warlord brillaron en la oscuridad.
-Te lo dije. Largas noches de invierno, y todos los viejos cuentos para asustar a los niños.
-Los niños deben ser asustados -Warlord bajó el tono de su voz hasta convertirla en un susurro-. Deberían temblar en sus camas y saber que criaturas como yo merodean por su mundo.
Magnus sabía lo diabólico que era. Su padre lo había sermoneado cada día mientras intentaba sacar la rebeldía de él. Era por eso que, ahora… casi podía sentir las ascuas del infierno quemando su carne.
-Es un cuento fantástico -aclaró su garganta-. En mil años, imagino que habrá conseguido unos cuantos adornos. Algunos cuenta cuentos que la modificarán para hacer más excitante el relato… ¿no crees?
Un gruñido tenue retumbó, proveniente de la figura escondida de Warlord.
-¿Por qué otra cosa te crees que los hombres me buscan cuando quieren localizar a sus enemigos? ¿Por qué crees que me contratan? Puedo encontrar a cualquiera, en cualquier lugar. ¿Sabes cómo?
Magnus agitó su cabeza. Él no quería saber cómo.
Pero era demasiado tarde.
-A Konstantine Varinski y cada Varinski desde entonces, el diablo les legó la habilidad de convertirse en un animal depredador.
-Cambiar… -la luz de la luna los alcanzó entonces, y Magnus fijó su mirada en Warlord. La fijó porque tenía miedo de apartar su vista de él-. ¿Entonces eres un hombre lobo?
-No, los Varinski no somos estúpidas bestias dominadas por las fases de la luna. No somos controlados por nada que no sean nuestros propios deseos. Cambiamos cuando queremos, cuando lo necesitamos. Tenemos largas vidas, engendramos sólo niños, y nada a excepción de otro demonio puede matarnos. Dejamos un rastro de sangre, fuego y muerte allá donde vamos -Warlord se rió, un ronroneo gutural.
-Somos la Oscuridad.
-Sí, lo sois -Magnus veía la oscuridad cada vez que miraba dentro de sus ojos. Aún discutía consigo mismo, porque no quería que fuera cierto-. Pero no eres ruso. Eres de Estados Unidos.
-Mis padres huyeron, se casaron, se mudaron al estado de Washington, cambiaron su apellido a algo que sonara bien, sólido y muy americano, y nos criaron a mis dos hermanos, a mi hermana y a mí. No aprueban, especialmente mi padre, esa cosa del fuego, la sangre y la muerte de los Varinski. Dice que tenemos que controlarnos -la amargura de Warlord era marcada y furiosa-. El control es una mierda. Me gusta la sangre, el fuego y la muerte. No puedo luchar contra mi naturaleza.
Inténtalo. Por la gloria de Cristo, inténtalo.
-¿El pacto puede romperse?
Warlord se encogió de hombros.
-Se ha mantenido por miles de años. Imagino que se mantendrá por otros miles más.
La cabeza de Magnus daba vueltas, y el arroz y el cordero que había comido en la cena guerreaban contra el whisky escocés.
-Pero no eres como los Varinski que he conocido. ¿Seguro que eres uno de ellos?
-Quiero que convenzas a los hombres de que no tiene por qué preocuparse. Puedo mantenerlos a salvo de cualquier refuerzo que los militares hayan enviado -Warlord depositó su rifle en el suelo. Se quitó las botas, dejó a un lado su abrigo y su camisa. Se desató el cinturón, bajó sus pantalones y se puso en pie, dejando que el débil resplandor de la luna lo bañara.
En aquellas largas noches de invierno cuando las putas visitaban el campamento, Magnus había visto a Warlord desnudo y en acción. Era sólo un hombre, un chaval que hacía de la lucha su vida. Pero ahora, por los bordes, su silueta se volvía algo menos…definida.
Magnus elevó la botella hasta su boca. Su mano temblaba, y la boquilla de cristal tintineaba contra sus dientes.
-Voy a cazar…y matar -los huesos de Warlord de deshicieron y se reconstruyeron. Su largo pelo negro se expandió, apareciendo en su cuello, su espalda y su vientre, bajando por sus piernas. Su rostro cambió, tornándose cruelmente felina. Su columna vertebral cambió de forma; cayó a cuatro patas. Sus orejas…y su nariz…sus manos…y sus dientes…
Magnus pestañeó de nuevo.
Una lustrosa y grande pantera del color del ébano se erguía ante él con blancos, afiladas garras y dientes, y un pelaje tan negro como una sombra. Y sus ojos…
Magnus se encontró a sí mismo retrocediendo, gritando y gritando, mientras el gran depredador felino acechaba a sus espaldas, sus patas sin emitir ningún sonido, los familiares ojos negros de Warlord fijados en su presa… en Magnus.

Entre las llamas - Primer Capítulo

Capítulo 1

Primavera, hace casi tres años en Brown University, Providence, Rhode Island

En su habitación de la residencia de estudiantes, Firebird Wilder se sentaba con una pluma en su mano, haciendo caso omiso de la estampida de estudiantes alborozados fuera de su puerta abierta, y mirando fijamente la tarjeta del Día del Padre sobre su escritorio.
¿Adivina qué hemos hecho?
Demasiado tímido.
¡Sorpresa!
Demasiado frívolo.
Estamos en esto juntos.
Demasiado amigable.
Al final, cogió el resultante palo de plástico azul, lo puso en la tarjeta, lo metió en el sobre, y lo cerró sin escribir una palabra sola. No había ninguna palabra para explicar… eso.
-¡Hey, Firebird!- Jacob Pilcher asomó su cabeza por su puerta abierta. -¿Qué estás haciendo sentada ahí. Se está terminado. ¡Divirtámonos!-
Se río de él, el estudiante de honor que llevaba su gorra de béisbol de lado, una camiseta que proclamaba, Cuidado, Contenido bajo Presión, y una abierta sonrisa absurda.
-Estoy esperando a Douglas.-
-Ohh. El maravilloso poli del campus.- Jacob movió sus dedos como un mago y apenas mantuvo el filo del sarcasmo de su voz. -¿Te llevará a Bruno’s?-
Ella dejó el sobre en su bolso.
-Ese es el plan.-
-De acuerdo. Está bien. Él es guay. Jacob le mostró los pulgares en alto. -¿Pero supongo que eso quiere decir que no vas a beber, ¿no?-
-No iba a beber de todos modos. Tengo veinte.-
-Lo sé, lo sé, pero hay maneras de arreglarlo-
Los gritos masculinos resonaron por el corredor. -¡Vamos, hombre!- -¡Nos vamos a ir sin ti, hombre!-
-¡Ya voy! - Jacob la saludó. -¡Te veré allí!- Todavía se quedó, mirándola. -Estás preciosa.- Sin esperar a que ella le agradeciera, giró y bajó corriendo hacia el hall. -Espera. ¡Espera, estúpido!-
Jacob era un crío agradable. Un crío, aunque era un año mayor que ella, y había estado enamorado de ella desde que se mudó a la residencia de estudiantes como ayudante de los estudiantes residentes. Se había sentido machacado cuando ella conoció a Douglas, pero había seguido sonriendo, y ahora se estaba marchando.
Todos se estaban despidiendo. Era el final de los finales.
Fue hacia el espejo y sonrío.
Su rubor era de un espléndido dorado, su rímmel era negro, su pelo rubio estaba enroscado y sujeto con un broche en la parte posterior de su cabeza, pero Jacob tenía razón, se veía preciosa. Ni siquiera los polvos de su polvera evitaban el brillo que la iluminaba desde dentro.
-Estás preciosa, como siempre- dijo una voz desde la puerta.
Se giró con una sonrisa.
-Douglas. ¡Llegaste temprano!-
-No podía resistirme-. Entró, con el pelo rubio desordenado por la brisa, sosteniendo un ramo de flores rojas y amarillas en una mano y un perro de peluche dorado en la otra.
Ella corrió hacia él.
Dejó caer al perro y la envolvió en un abrazo.
Inclinando su cabeza contra su hombro, cerró los ojos. Estaba tibio y fuerte, firme y musculoso. Para ella, todo sobre él significaba seguridad y amor, del tipo eterno, como el que sus padres tenían. Lágrimas inesperadas llenaron sus ojos, y lo abrazó más fuerte, esperando que no se diera cuenta.
Por supuesto lo hizo. Douglas notaba todo. La separó un poco de él.
-Hey, ¿qué pasa? ¿Algo salió mal con tus finales?-
Suspiró. Notaba todo, pero siempre no era perspicaz.
-Todo fue genial, y, lo mejor de todo, ya terminaron.-
Echó un vistazo a la puerta.
-¿Ese tipo, Jacob, te molestó?-
-¡Francamente no! Sólo soy feliz.-
Douglas atrapó una de sus lágrimas con su pulgar.
-Tienes una manera graciosa de demostrarlo.-
Douglas nunca hablaba de sí mismo o de su pasado, y hasta ahora, Firebird lo había dejado seguir eludiendo sus preguntas, porque algo había puesto demasiado cinismo en sus ojos oscuros.
Otra cosa, ella, le había traído alegría, y cuando ella se encontró con su mirada, se quedó anonadada por la expresión de felicidad de su cara, no quería perturbar esa armonía.
Algún día lo convencería para que le contara su historia. Ahora mismo, sólo podían estar enamorados.
-Te traje flores.- La dejó ir y le pasó el ramo de claveles rojos y rosas amarillas. Inclinándose, recogió el perro y se lo ofreció. -Y un amigo mimoso. Y felicitaciones, mi querida, en cinco semanas, caminarás por el escenario y recibirás tu diploma.-
-Gracias.- Sonrió abiertamente, deleitada y aliviada de haber terminado con los finales, con la presión de terminar una carrera de cuatro años en tres y terminar la primera de su clase.
-Gracias.- Olió las flores, no eran muchas, solamente un puñado, pero para un poli del campus el sueldo no era gran cosa.
-Son encantadoras. ¡Recordaste la clase de flores que me gustan!-
-Recuerdo todo sobre ti.- Mirándola atentamente, la observó llenar un vaso con agua y organizar las flores sobre su escritorio. -Podría encontrarte en medio de una multitud en un casino repleto de Las Vegas.-
Ella sonrió sin creer en sus palabras en lo más mínimo.
-Déjame ver a este tipo ahora.- Levantó el peluche con los brazos estirados y lo miró fijamente con sorpresa. -Pensaba que era un perro, ¡pero es un gato!-
-¿Un perro? No te daría a un perro.- Douglas parecía excesivamente ofendido. -Es un puma.-
-Es cierto. Lo es.- Un puma grande, peludo y flexible con un vientre blanco y ojos de vidrio oscuros que miraban directamente a su alma.
Envolviendo sus brazos alrededor del animal, lo abrazó y enterró su cara en la piel de felpa. Olía igual que Douglas: al champú y spray de almidonar que le gustaba, a las flores que había llevado, y a la rica e intoxicante esencia de su primer y único amante.
-Esta dulzura dormirá en mi cama conmigo.-
-Ahí es exactamente donde quiere estar.- Douglas la miró con esa expresión que le decía que la consideraba un milagro.
Era por eso que había sucumbido a su seducción. Para los Wilder siempre había sido un milagro, la primera mujer nacida en la familia en mil años. Pero era una niña lista.
Su padre y madre habían inmigrado a los Estados Unidos, huyendo de su familia, conocidos como los Varinskis. Su padre había sido su jefe, y no sabía qué había hecho para ganar ese honor, pero no importaba cuantos crímenes hubiera planeado, aprobado, y cometido, se arrepentía de ellos ahora. Y sin importar dónde estuviera, en la vieja casa Varinski en Ucrania o en su viña en Washington, todavía tenía la habilidad cambiar, transformarse en un lobo.
Eso era un milagro.
Había pasado sus habilidades a sus hijos.
Al igual que su padre, su hermano mayor, Jasha, corría en los bosques como un lobo. Su segundo hermano, Rurik, volaba por el aire como un halcón. Su tercer hermano, Adrik, había desaparecido cuando tenía diecisiete, pero había sido salvaje y rebelde, una pantera negra que cazaba a su presa sin remordimiento.
Todos esos también eran milagros.
Era inteligente, trabajaba mucho, pero no había heredado ni una pequeña parte de esas habilidades sobrenaturales. El resto del mundo la consideraba muy normal, y ella también lo hacia.
Pero Douglas Black, un poli del campus, un tipo a quien había conocido hacía cuatro meses… la hacía sentir especial.
Dejó caer al puma y volvió a los brazos de Douglas. Puso todo su corazón, todo su amor, en el beso que le dio, y lo giró hacia la cama.
El se apuntaló para evitar que lo moviera.
-No. Esta es tu noche para celebrar.-
Se frotó contra él.
-Quiero celebrarlo a mi manera.-
-Tú quieres celebrarlo con tus amigos, con las personas a quienes viste todos los días en clase.-
Nunca le molestó no ser parte del grupo. Permanecía de pie separado, amigable, pero observando, siempre observando.
-Tus amigos están en Bruno’s.-
-No puedo beber. No tengo edad para hacerlo. Y estoy saliendo con un poli del campus así que no es como si pudiera falsificar un documento de identidad.-
-Prometo no detenerte mientras te mantengas en bebidas suaves.- Apoyó su frente en la suya. -Te contaré un secreto.-
-¿Sí?-
-Tengo la misma edad tú.-
Se echó para atrás.
-Estás bromeando. ¿Cómo conseguiste el trabajo?-
-Tengo una identificación falsa.- No sonrío, pero sus ojos brillaron.
-Estás bromeando.- ¿Hablaba en serio?
-No. Pero no se lo digas a nadie o perderé mi trabajo.- La soltó y fue al ropero. -Venga. Vámonos.-
Sujetó su chaqueta para que se la pusiera. -Dijiste que habías sido poli durante cuatro años.-
-Correcto.-
-¿Desde que tenías dieciséis? Eso es imposible.- ¿Se había graduado siquiera en secundaria?.
-Soy bueno en lo que hago así que los departamentos de policía hacen caso omiso de las discrepancias en mi experiencia laboral.-
-¿Qué haces que es tan especial?-
-Rastreo gente. Encuentro criminales. Encuentro desaparecidos.-
Lo miró fijamente, incómoda por primera vez desde que lo había conocido.
-¿Cómo?-
Se encogió de hombros.
-Es un don. ¿Estás lista?-
-Déjame coger mi cartera.- Con la tarjeta dentro.
Salieron a la tarde de mayo.
El campus era viejo y encantador, suavizado por el tiempo y el uso. Árboles enormes bordeaban los caminos, sus hojas nuevas, el césped brillante. La primavera había causado un estallido de flores a lo largo de los senderos, y atraído a los amantes a caminar de la mano. Nadie notó cuándo Douglas llevó su mano a su boca y besó sus dedos.
-Rastrear parece un talento verdaderamente raro,- dijo ella. El tipo del talento que había lanzado a los Varinskis sobre su sendero hacia la infamia y la riqueza.
-Crecí en circunstancias muy turbulentas. Pasé mucho tiempo en la calle.- Su boca se torció en una mueca. -Puedo hacer contactos que la mayoría de los polis no pueden ni siquiera imaginar.-
Firebird aspiró profundo.
Por fin, una vislumbre de su pasado.
-¿Supongo que tus padres eran pobres?- preguntó.
- “Pobres” no empieza a describirlos.- La llevó rodeando un grupo de cuatro estudiantes que estaban en el camino cantando una ópera desenfadada en italiano. Inclinó la cabeza hacia ellos. -Esto no es algo que se vea normalmente en un campus universitario.-
Pero no iba a distraerla.
-¿Por qué no te gusta hablar de tus padres?-
-Mis padres no eran personas afables. Preferiría hablar de tu familia. Cuando hablas de ellos, tu cara se ilumina. Él le pasó el brazo por los hombros. -Te gustan. ¿Sabes qué infrecuente es eso?-
-No lo es. A muchas personas les gustan sus familias.-
-A muchas personas no.- Los dirigió hacia el bar y parrilla de Bruno. -Te compraré un filete.-
Le había dado una pista de su pasado, y luego ofrecido un filete como distracción. No lo lograría. No lo dejaría tener éxito. Paró en medio de la acera. Lo miró y le cogió de las manos.
-Solamente tienes veinte años. ¿Cómo puede ser tu pasado tan vergonzoso como para que no puedas hablar de él?-
-No es vergonzoso. Pero no es un tema para aquí y ahora. Él hizo un gesto hacia los estudiantes que se dirigían gritando y riendo a Bruno’s.
-Entonces hablaremos de eso después.
Miró sus manos unidas, luego a su cara.
-Esta noche, te lo contaré todo. Sólo espero que tú…- Se detuvo, su cara se torció recordando el dolor.
-¿Que yo qué?-
-A veces desearía haber comenzado esto nunca.-
Alarmada, echó un vistazo al círculo de estudiantes que se acercaban, luego de regreso a Douglas. -¿De qué estás hablando?-
Los estudiantes los rodearon. Sus amigos, alborozados, exhaustos, celebrando.
-Hey, Firebird, ¡lo hicimos!-
-Hey, Doug, ¡divirtámonos!-
Empujaron a Douglas y a Firebird, empujándolos a lo largo del sendero, separándolos. Firebird se río y habló con ellos, pero retuvo a Douglas a la vista, y él la miró. La miró como si realmente fuera un milagro.
La detuvo cuando entraron a Bruno’s.
-Esta noche hablaremos. ¿De acuerdo?-
-Está bien.- Recordó la tarjeta en su bolso. -Definitivamente está bien.-
El sitio estaba repleto, una destilación del júbilo que subyugaba al campus. Douglas la retuvo a su lado, trató de pedirle un filete, ella prefirió una hamburguesa, y la mantuvo con tantas botellas del agua como quería. La mitad de los tipos en la barra trataron de darle a escondidas una cerveza, y se alegró de poder usar a Douglas como una justificación para decir que no.
Estaba posando para una fotografía con tres de sus mejores amigos cuando dos tipos, demasiado borrachos para caminar, empezaron a pelearse. La pelea se extendió de la misma manera que un incendio arrasador, y Douglas se metió en el centro, pidiendo a gritos la tranquilidad, separando a los combatientes, realizando los arrestos. Cuando la policía y los paramédicos llegaron, había impresionado a Firebird con su paciencia y su fuerza.
Se abrió camino hacia ella.
-Tengo que me quedar aquí y ayudar a limpiar. Espérame.-
-No puedo. Estoy agotada.- Estos días, se cansaba muy rápidamente. -Iré a casa caminando con las chicas.-
Miró el desorden en la barra.
-¿Te quedarás con tus amigas? ¿Tendrás cuidado?-
-Seré muy cuidadosa. ¿Me visitarás después?-
-No sé si podré. Va a ser una noche salvaje.-
-Entonces te veré por la mañana. Y hablaremos.-
-Sí. Por la mañana, hablaremos.-
Las otras chicas vivían en un apartamento a cinco minutos de la residencia de estudiantes de Firebird. Meghan tenía helado Blue Bell que su madre le había enviado de Texas. Así que por supuesto Firebird tuvo que pasar por un tazón de vainilla casera con salsa de chocolate y algún chisme rápido, y para cuando se les fue el optimismo y se pusieron a reflexionar en silencio sobre que sus años de estudiar juntos ya habían terminado, era la una a.m. y Firebird pensó que era mejor que regresara a la residencia de estudiantes o se quedaría dormida en su silla.
El camino principal del campus todavía estaba salpicado con estudiantes celebrando, pero las multitudes se estaban reduciendo rápido, y cuando se desvió hacia su residencia de estudiantes, se puso más oscuro, más silencioso.
No le importó. Douglas le había dicho que el campus no era seguro, pero su padre le había enseñado a protegerse, a tener cuidado, ser consciente. Sabía todas esas cosas, y ahora mismo, la entusiasmaba estar sola.
La tarde no había resultado como había esperado. No del todo. Douglas había insinuado su pasado, había prometido contárselo, y el trabajo se había entrometido. Y le había hecho prometer que hablarían por la mañana, pero había visto la mirada en su cara, no quería hacerlo.
¿Qué secretos escondía? Solamente tenía veinte años. Era policía. ¿Cómo de malo podía ser su pasado?
Mientras caminaba por el sendero bordeado de árboles, al principio no notó los sonidos detrás de ella. Había estado atenta a los pasos, no a al crujido de hojas y el chirriar de ramas. Pero en cuanto los escuchó, supo qué presagiaban.
Alguien la estaba acechando, se deslizaba hacia adelante a través de los árboles, y quien fuera, no era del todo humano.
Un Varinski.
De algún modo, un Varinski la había encontrado.
No miró alrededor, no dio muestras de haberse dado cuenta de que la estaban siguiendo. Su corazón latió con fuerza, su piel se ruborizó, pero siguió caminando con un paso regular.
No corras pequeña Firebird, escuchó la voz de Konstantine resonando en su cabeza. La huida despierta el impulso de un cazador de correr, y tú no puedes correr más que un lobo o una pantera. Tú no puedes volar como un halcón. Pero puedes burlarlos, y puedes pelear mejor que ellos.
Mientras el Varinski se movía de árbol en árbol, escuchó los sonidos, tratando de darse cuenta qué clase de criatura la estaba siguiendo. Un ave de rapiña, quizás, o un fenomenal gato saltando entre las ramas.
Su residencia de estudiantes ya estaba a la vista. Había luces en aproximadamente la mitad de las ventanas. Las personas estaban despiertas y cerca. Podía gritar por ayuda.
Pero entonces alguien saldría lastimado.
Abrió su bolso, sacó su teléfono celular, y pensó en llamar a Douglas. Quería hacerlo, pero entonces, él no estaría contento de descubrir que estaba caminando sola, y si acercaba su teléfono a su oreja, eso podría forzar al acosador a atacar.
¿Cómo la había ubicado? ¿Qué quería?
Cuando se acercó más a la residencia de estudiantes, el sonido tras ella se hizo más pronunciado. Buscó sus llaves y las enhebró entre sus dedos para que una llave resaltara entre cada nudillo. Abrió su teléfono y marcó nueve , uno, y antes de que pudiera marcar la última tecla, la puerta de la residencia se abrió de golpe. Ocho tipos salieron precipitadamente, Jacob en el medio, llevaban nada más que gorras de béisbol, pintura corporal, y zapatillas para correr. Ulularon mientras la pasaron. Estrechó efusivamente su puño para demostrar su aprobación, y se metió dentro antes de que la puerta pudiera cerrarse.
Entonces corrió. Corrió por el hall y hasta arriba de las escaleras a su dormitorio. No encendió la luz, pero se deslizó junto a la ventana. Tuvo mucho cuidado de quedar escondida por las sombras.
Allí estaba, agazapado en un roble gigante, un gigantesco gato dorado que se estiraba a lo largo de una rama. La luz de la luna se filtraba a través de las hojas y recogía el orgullo uniforme de su pelaje, e incluso desde aquí podía ver sus ojos oscuros mirando hacia su ventana, y su cola se sacudió despacio, como si la pérdida de su presa lo hubiera molestado.
¿Qué pensaba hacerle? Éste era un bribón Varinski, ¿se invitaría a sí mismo con paso majestuoso a matar la hija de Konstantine Wilder? ¿O los Varinskis tenían planeado raptarla y mantenerla prisionera como un peón en su conspiración para destruir a su familia?
Tenía que irse. Tenía que partir. No podía esperar hasta la ceremonia de entrega de diplomas; tenía que irse inmediatamente, y no podía decirle a Douglas por qué.
Nunca creería esto.
-Oh, mi amor. ¿Qué había estado pensando involucrándose con un tipo normal? Él no podría aceptar el pacto con el diablo y los talentos especiales de su familia. ¿Cómo podría? Era algo totalmente demente.
Peor, como su compañero, estaría en el peligro, el mismo tipo de peligro que la acosaba.
Pero… Acarició la protuberancia infinitesimal de su estómago. No tenía elección. Tendría que intentarlo. Este bebé se merecía a un padre, y Douglas se merecía a su hijo.
Fuera de la ventana, el gigantesco gato se movió por fin. Se puso de pie y se estiró, saltó luego lejos del árbol.
Pudo darle una buena mirada por primera vez.
Un puma. Era un puma.
Frunció el ceño. Su corazón dejó de latir. Miró hacia la cama donde el grande y blando peluche estaba tendido repantigado.
¿Un puma?
Cuando el gato empezó a cambiar, su corazón saltó.
Las garras se retrajeron. Los huesos se adaptaron a las nuevas formas: las garras se hicieron manos, las piernas traseras se alargaron y se suavizaron, los hombros se hicieron más anchos, el pelo se retiró a la cabeza, el pecho y los genitales.
La cara cambiaba, también, convirtiéndose en la cara de un hombre, la cara de un hombre familiar… La cara del hombre a quien amaba.
Miró fijamente. Miró fijamente tan fuerte que sus ojos le dolían.
Douglas. Douglas era un Varinski.
Había venido a Brown, le había pedido de salir, la había adulado, la había seducido, la había hecho confiar en él, había conseguido que ella confiara en él…. En un espasmo breve de vergüenza, se tapó los ojos con sus manos.
Le había dicho que era de Washington. Le había dicho que tenía tres hermanos, que fabricaban vinos, que su padre cultivaba las uvas y su madre gobernaba la familia.
¿Le había dicho el nombre de su pueblo?
No.
¿Le había dado algo que le permitiera localizarlo con toda precisión?
No.
No. Por favor, no.
Estaba de pie ahí, desnudo a la luz de la luna, un tatuaje que se veía como grandes marcas de garras que rasgaban la piel sobre su lado izquierdo.
No había visto eso antes. Había tenido gran cuidado de no quitarse su camisa a la luz.
Tipo listo, porque eso con seguridad la habría puesto sobre aviso. Sus hermanos tenían tatuajes que eran así de vívidos, así de distintivos, y habían aparecido naturalmente la primera vez que se convirtieron en bestias.
Había ocultado su desnudez de forma totalmente deliberada, bien, ¿por qué debería ser consciente de su identidad? Aparentemente, la mitad de los tipos del campus estaban pasando rápidamente por allí. Douglas giró y comenzó a andar a zancadas.
De forma virulenta, ella esperó que estuviera contento consigo mismo. Porque se las había arreglado para ponerla en posición horizontal, pero no la había atrapado. No la había matado.
Y no le iba a dar la oportunidad de intentarlo.
Yendo a la cama, recogió el suave puma de felpa del mismo modo. Sus ojos oscuros e intensos se burlaron de ella cuando salió al hall y lo arrojó al tobogán de la basura. Pero ella tuvo la última risa, dejó caer la maldita cosa por el agujero hasta el contenedor exterior.
Salió de su habitación, llamó a una aerolínea y reservó el primer vuelo que saliera fuera de la ciudad hacia la Costa Oeste. Iba a Los Ángeles, pero eso estaba bien. Podía detenerse ahí, tratar de decidir cuánto decirle a su familia, dirigirse luego a Napa a la bodega de Jasha, y desde allí a Washington.
Amontonó sus ropa, dejando la mayor parte de sus cosas,la mayoría estaba desgastada de todos modos.
Dejó la residencia de estudiantes, caminando hacia la parada del autobús, y mientras caminaba, buscó en su bolso, sacó el sobre con la tarjeta de Día del Padre y la varilla de plástico con las rayas azules delatoras, y la lanzó a la basura.
No importaba cuan duro lo intentara, nunca podía olvidar a Douglas Black.
Le había dado un recuerdo que duraría para siempre.

Un mordisco rápido - Primer Capítulo

Prólogo

-Es sólo una pequeña cena.
-Uh-huh-de pie, Greg Hewitt cogió el auricular del teléfono en la curva entre su cuello y el hombro, manteniéndolo con su barbilla mientras comenzaba a limpiar su escritorio para preparar su marcha de la oficina.
La voz de Anne había adquirido un tono persuasivo, lo que era -siempre- una mala señal. Suspirando interiormente, agitó su cabeza mientras su hermana parloteaba; contándole lo que había preparado para la comida y demás, todo un esfuerzo para convencerlo de que asistiera. Se percató de que ella no estaba mencionando quién más iba a estar en esa pequeña cena, pero sospechaba saberlo de antemano. Greg no tenía duda de que serían Anne, su marido John, y otra amiga soltera que esperaba que se quedara colgada de su -aún soltero- hermano mayor.
-¿Entonces?
Greg se detuvo y cogió el teléfono con la mano. Obviamente había olvidado algo.
-Lo siento, ¿qué decías?
-Entonces, ¿a qué hora puedes estar aquí mañana?
-No iré -antes de que ella pudiera quejarse, añadió rápidamente-: No puedo. Mañana estaré fuera del país.
-¿Qué? -hubo una pausa, seguida de desconfianza-. ¿Por qué? ¿A dónde vas a ir?
-México. Voy de vacaciones. Es por eso que te llamé en primer lugar. Salgo en el primer vuelo de la mañana hacia Cancún-sabiendo que acababa de dejarla desconcertada, Greg permitió que una sonrisa se formara en sus labios, a la vez que hacía malabarismos con el teléfono para ponerse el traje que había descartado anteriormente.
-¿México? -repitió Anne después de una larga pausa-. ¿Vacaciones?
Greg no pudo decidir si su desconcierto era de diversión o sólo un triste comentario más en su vida hasta la fecha. Esas eran las primeras vacaciones que se había tomado desde que había comenzado las prácticas de psicología hacía ocho años. De hecho, no había ido de vacaciones desde que entró a la universidad. Era el típico hombre adicto al trabajo, impulsado a lograr el éxito y dispuesto a emplear horas y horas en ello. No dejaba mucho tiempo para la vida social. Hacía mucho que necesitaba esas vacaciones.
-Escucha, necesito irme. Te enviaré una postal desde México. Adiós -Greg colgó antes de que ella pudiera decir algo que lo detuviera, cogió su maletín y, rápidamente, escapó de su oficina.
No se sorprendió al escuchar el teléfono sonando justo cuando cerró la puerta, Anne era del tipo persistente. Con una pequeña sonrisa, lo ignoró y se metió las llaves en el bolsillo mientras descendía al vestíbulo para coger el ascensor.
El doctor Gregory Hewitt estaba ahora oficialmente de vacaciones, y el saberlo lo relajaba cada vez más a medida que se alejaba de la oficina. De hecho, estaba silbando suavemente mientras se montaba en el ascensor y se giraba para pulsar el botón que marcaba el 3. El silbido murió, sin embargo, y Greg alcanzó instintivamente el panel de controles, sus ojos buscando el botón que mantenía las puertas abiertas, cuando se dio cuenta de que una mujer se apresuraba a través de las puertas del ascensor. No habría necesitado preocuparse; fue rápida de pies y se las arregló para deslizarse entre ellas justo cuando cerraron.
Greg permitió que su mano dejara el botón del panel y se apartó un paso educadamente para que ella pudiera elegir la planta que quisiera. Le lanzó una curiosa mirada cuando se puso delante de él, ociosamente, preguntándose de dónde habría salido la mujer. El vestíbulo había estado vacío cuando lo atravesó, y no había escuchado ninguna puerta abrirse o cerrarse, pero entonces se había distraído con pensamientos sobre sus próximas vacaciones. Había varias oficinas en la planta además de la suya, y podría ser de cualquiera de ellas; pero estaba seguro de no haberla visto nunca antes.
Greg apenas había vislumbrado su rostro cuando se montó en el ascensor, y gran parte de sus rasgos eran una vaga imagen borrosa en su memoria, pero sus ojos eran de un atrayente azul plateado. Inusuales y bonitos, serían el resultado de lentes de contacto de color, pensó, e inmediatamente perdió el interés en ella. Greg podía apreciar a las mujeres hermosas, y no tenía problema en sacar lo mejor de su apariencia, pero cuando llegaban a ese nivel de artificio para atraer la atención, tendía a darles la espalda.
Expulsándola de sus pensamientos, se relajó contra la pared del ascensor, su mente inmediatamente regresó a su viaje. Había planeado gran cantidad de excursiones; nunca había estado en un lugar como México antes y quería disfrutar de todo lo que hubiera para hacer. En las abarrotadas playas, él esperaba hacer parasailing, submarinismo y, tal vez, ir en alguno de esos viajes en barco en los que se alimentaba a delfines.
También quería ir al Museo Casa Maya, un parque ecológico con una reproducción de cómo los Mayas vivían siglos atrás y senderos por donde se podían ver los animales del lugar. Después estaba la vida nocturna. Si tenía energía después de esos activos días, Greg asaltaría las salas de baile como Coco Bongo o el Bulldog café, donde la gente medio desnuda danzaba con música obscena.
El alegre ding del ascensor expulsó los pensamientos de mujeres bailando medio desnudas, mientras ponía su atención sobre el panel de las puertas. El P3 se iluminó. Planta 3 de parking. Su planta.
Saludando educadamente a su compañera, salió del ascensor y comenzó a andar a través del gran garaje casi vacío. Con mujeres medio desnudas aún bailando en la periferia de su mente, a Greg le tomó un minuto percatarse del sonido de pasos detrás de él. Echó una rápida mirada sobre su hombro para ver de quién se trataba, y entonces dejó de preocuparse.
En concreto, el sonido era el tap tap de unos tacones; secos y rápidos, resonando en el espacio vacío. La mujer obviamente había aparcado también en esa planta. Su mirada se movió ausente sobre el espacio vacío en donde se suponía que debía estar su coche. Pero se quedó fija en una de las columnas al pasar junto a ella. Las grandes letras negras de P1 pintadas, lo confundieron. Los niveles del parking 1 y 2 estaban reservados a visitantes de las distintas oficinas de negocios del edificio. Él había aparcado en la P3 y estaba seguro de que el panel de luces del ascensor había mostrado P3 cuando miró… pero aparentemente se había equivocado. Se detuvo y comenzó a volver por donde había venido.
Esta es la planta correcta. Allí está aparcado el coche.
-Sí, por supuesto-murmuró Greg, y continuó. Caminó a grandes zancadas hacia el solitario vehículo.
No fue hasta que abrió el maletero que un pensamiento irrumpió en su mente, dándose cuenta de que el pequeño deportivo rojo no era suyo. Él conducía un BMW azul oscuro. Pero tan pronto como ese pensamiento-con su respectiva alarma- se reafirmó en su mente, se esfumó como la niebla bajo el efecto de la brisa.
Relajándose, Greg colocó su maletín en el maletero, se montó en él, se las apañó para meterse en ese pequeño espacio, y cerró la puerta.

Un mordisco para recordar - Primer capítulo

Primer Capítulo

-¿Vincent? ¿Estás ahí? ¡Si estás ahí coge el maldito teléfono!
Vincent Argeneau obligó a sus párpados abrirse y miró fijamente la oscuridad del cuarto.
-¿Vincent?
-¿Sí? -incorporándose, echó un vistazo a su alrededor para hallar al dueño de esa voz, la cual provenía del contestador automático del escritorio. Sacudiendo la cabeza, Vincent consiguió ponerse de pie y tropezó atravesando el cuarto. Arrebató el teléfono inalámbrico y, dejándose caer en la silla del escritorio, gruñó-: ¿Bastien?
-¿Vincent? Siento despertarte. Esperé tan tarde como me fue posible antes de llamar.
Vincent gruñó y se declinó hacia atrás en la silla, pasando una mano a través de su rostro.
-¿Qué hora es?
-Las cinco de la tarde aquí en Nueva York. Supongo que deben ser cerca de las dos allí en Los Ángeles -dijo Bastien apológicamente.
-Las dos -murmuró Vincent. No maravillado, sino agotado. Había estado levantado hasta las nueve de la mañana ocupándose de las llamadas telefónicas y luego había acomodado las cortinas para que no entrara la luz en su habitación en la que se encontraba un sofá que usaba en vez de una cama. Lo último que quería era la llamada del señorito Bastien.
-¿Estás despierto?
--Vincent restregó su cara otra vez para luego encender la lámpara de su escritorio. Cuando la luz creció, dijo-: Estoy despierto. ¿Fuiste capaz de encontrar la compañía de ese detective privado que dijiste que era tan bueno?
-Ése es el motivo por el que no podía llamarte más tarde que esto. Ellos están en camino. De hecho, su avión estaba programado para aterrizar en LAX hace quince minutos.
-¡Jesús! -Vincent se sentó abruptamente-. Eso es rápido.
-Jackie no pierde el tiempo. Le expliqué la situación y ella reservó un vuelo enseguida. Afortunadamente para ti, ha acabado un importante trabajo para mí y delegó todo lo que tenía en la agenda.
-Wow -murmuró Vincent, pero frunció el ceño cuando se dio cuenta de lo que Bastien había dicho.
-¿Ella? ¿El detective es una mujer?
-Sí, y es buena. Es realmente buena. Rastreará a tu saboteador y tendrá el asunto aclarado en un santiamén.
-Si tú lo dices... -dijo Vincent lentamente-. Gracias, Bastien. Aprecio esto.
-No hay problema. Estoy feliz de ayudar.
Vincent abrió la boca para hablar pero se silenció cuando escuchó de fondo la sofocada voz de una mujer. Entonces comenzó a hacer muecas.
-¿Esa es Terri?
-Sí. Ella dice que te diga hola y que te advierta que... -se detuvo brevemente para despejar su garganta-. Errr... Mamá también está en camino hacia allí.
-¿Qué? -Vincent se enderezó precipitadamente. Las noticias eran algo impactantes. Tía Margarite no había visitado su casa en décadas. Generalmente, era él quien la visitaba en Canadá. Ella había elegido la peor época posible para visitar la muy asoleada California-. ¿Por qué?
-Errr... eso es algo realmente divertido -dijo Bastien, dejando escapar una risita nerviosa-. Al parecer, ha llegado a la conclusión de que estás muy solitario y depresivo.
-¡Qué! -bramó Vincent al teléfono.
-Sí. Ella piensa que deberías estar aquí en Nueva York y sostiene que lo que Terri y yo tenemos juntos, al igual que mis hermanos con sus compañeros, puede estar trastornándote porque estás solo y todo eso. Parece pensar que necesitas levantar esos ánimos y cree que ayudará que examine la situación más de cerca.
-Dios querido... -murmuró Vincent, enterrando la mano en su cabello.
-Sí, pensé que te sentirías así -comentó Bastien con simpatía-. Traté de disuadirla para que no fuera, pero... tú sabes cómo es mi madre cuando algo se le mete en la cabeza.
-Dios querido... -repitió.
-Salió en el vuelo tardío -informó Bastien-. No llegará hasta las seis, y ya ha arreglado el alquiler de su coche, así que no tendrás que recogerla.
-¿Sabe lo que está sucediendo aquí?
-No -respondió Bastien-. Y, a menos que tú quieras que interfiera, te sugiero que no se lo digas.
Vincent largó una risita. Decir que interferiría era una subestimación. Si Margarite Argeneau supiera que alguien estaba saboteando el negocio de su sobrino, se determinaría ella misma a rastrearlos y ponerlos en su lugar. Era muy sobreprotectora con quienes amaba y él era muy afortunado por encontrarse en esa categoría.
-Dios querido -dijo disgustado.
-Sólo asígnale una habitación de invitados, dale unos folletos turísticos y déjala entretenerse sola -sugirió Bastien-. Se aburrirá y, eventualmente, se irá.
Vincent hizo una mueca, pensando que eso era demasiado fácil. Nunca nada era demasiado fácil.
-Estoy suponiendo que tampoco tenía que recoger a esta Jackie y... -se detuvo brevemente, intentando recordar el segundo nombre que Bastien había mencionado.
-Tiny -completó Bastien-. No, ellos también tienen uno alquilado. Sino, habrían llamado hace mucho.
-De acuerdo.
Vincent suspiró.
-Deduzco que tienes media hora antes de que lleguen ahí. Imaginé que era el tiempo necesario para que estuvieras listo.
--convino Vincent.
-Bien. Te dejaré para que te despiertes como es debido antes de recibirlos.
-Sí. De acuerdo. Hey, dile a Terri... -se detuvo instantáneamente y echó un vistazo al vestíbulo al oír un golpe en la puerta principal. Frunció el ceño y se dirigió fuera de la oficina, llevándose el teléfono con él-. Espera. Hay alguien en la puerta.
-Eso es, probablemente, el paquete que envié para mamá -dijo Bastien-. Si lo es, tendrás que ponerlo en el refrigerador enseguida.
-Debe ser agradable tener tus comidas preparadas y el delivery a tu disposición -comentó secamente mientras atravesaba el pasillo.
-Dejaremos eso para más adelante, primo -dijo Bastien tranquilamente, y Vincent sintió una punzada de culpabilidad por su ironía. Bastien había ordenado a sus científicos trabajar en la cura para su problema durante años. Si aún no la había, no estaba de más seguir intentándolo.
-¿Es la sangre? -inquirió su primo, mientras él abría la puerta principal.
-Umm... no -respondió. Su mirada estaba fija en el par que estaba en el escalón de mármol delante suyo.
Vincent nunca había visto a una pareja tan... dispareja.
La mujer era rubia, el hombre era moreno. Ella era extremadamente pequeña y curvilínea, mientras que él era un enorme mamotreto bien erguido sobre sus seis pies de altura. La mujer estaba vestida con un traje negro de negocios con una delicada blusa blanca y él con unos sencillos pantalones de algodón y un jersey claro. Ambos podrían ser considerados como material de estudio en lo que a contrastes se refería.
-¿Vincent Argeneau? -preguntó la mujer.
Cuando asintió, ella extendió su mano.
-Soy Jackie Morrisey y él es Tiny McGray. Asumo que Bastien le ha contado sobre nosotros.
Vincent miró fijamente su mano pero, antes de tomarla, cerró la puerta y volvió a poner el teléfono en su oído.
-¡Bastien, es una mortal!
-¿Le acabas de cerrar la puerta en la cara a Jackie? -indagó Bastien con la voz llena de asombro-. Acabo de escuchar el golpe, Vincent. ¡Jesus! No seas tan malditamente grosero.
-¡Hoooolaaaa! -dijo impacientemente-. Es una mortal. Ya era suficientemente malo que fuera una mujer, Bastien. Necesito a alguien que sepa sobre nuestra situación especial para ocuparse de este problema. Ella...
-Jackie lo sabe -interrumpió Bastien en tono seco-. ¿Pensaste que te mandaría a un insignificante mortal? Tenme un poco de fe -un suspiro le llegó a través del teléfono-. Mira, su padre comenzó con la agencia de detectives Morrisey e hizo muchos trabajos para nosotros. Ella ha sabido de nuestra existencia desde que era una adolescente y siempre ha guardado el secreto. Jackie dirigió la compañía desde que su padre murió. Somos sumamente amables en las remuneraciones, pero es la mejor en el negocio. Así que ahora abre la bendita puerta a la mujer.
-Pero ella es una simple mortal y...una chica -volvió a señalar Vincent, no muy feliz con la situación.
-Voy a colgar, Vincent -y colgó.
Vincent frunció el ceño al teléfono y estuvo a punto de volver a marcar, pero pensándolo mejor, se dio la vuelta hacia la puerta. Necesitó recordar al saboteador que quería arruinarlo. De acuerdo, les daría a la señorita Morrisey y a su gigante una oportunidad. Si ellos arreglaban el lío, bien por él. Sino, podría echárselo en cara a Bastien por siglos.
Sonriendo ante la idea, Vincent alcanzó el picaporte.


-¡Joder, hombre! -Jackie frunció el ceño hacia la puerta que acababa de cerrarse de golpe en su cara. Con lo agotador que había sido el vuelo, ese recibimiento era lo que ella menos había esperado. Sobre todo, cuando habían volado únicamente para ayudar a Vincent Argeneau.
-No es la bienvenida más cálida que hemos tenido -acordó Tiny. Su voz era tan profunda y poderosa como el desplazamiento de una montaña.
Jackie resopló ante la obviedad. Entonces le lanzó una mirada curiosa cuando el gigante se movió hacia un lado de la entrada de mármol, inclinándose debajo del pórtico de la mansión de dos pisos. Levantó una ceja a modo de pregunta cuando lo vio espiar fijamente una de las estrechas ventanas que se encontraban a un lado de la entrada, pero en un segundo fue distraída por los murmullos que se escuchaban amortiguados al otro lado de la oscura puerta de roble.
Frunciendo el entrecejo, Jackie se inclinó hacia delante y apoyó una oreja en la madera, tratando de oír lo que Vincent Argeneau decía. Sus ojos se estrecharon con irritación cuando la protesta de que ella era una mortal y, además, una chica, llegó hasta sus oídos.
La puerta se abrió tan repentinamente como se había cerrado, y Jackie se enderezó precipitadamente. El rubor cubrió su rostro al ser cogida in fraganti con el oído pegado en la puerta, y eso la enfadó aún más. La puso a la defensiva.
Antes de que él pudiera decir una palabra, ella escupió toda la información que había estudiado de los archivos en el avión:
-Naciste en 1592, hijo de Victor y Marion Argeneau, ambos vampiros, o inmortales, como tú prefieras llamarlos. Marion era una buena amiga de su cuñada, Margarite Argeneau y tú, de hecho, naciste dos meses después que su hijo, Bastien. Los dos pasaron mucho tiempo juntos mientras crecían y eran tan cercanos como hermanos. Tu madre murió en 1695 quemada con una estaca mientras estaba embarazada del que habría sido tu hermano. Tu padre ha estado recluido desde entonces, pasando su tiempo actuando como un guardián del consejo. Por lo cual, lo ves muy poco.
Tomó una bocanada de aire antes de continuar:
-Decidiste convertirte en actor cuando conociste a Shakespeare a los diez años. Has viajado mucho por el mundo, sin permanecer en un lugar por más de diez años antes de moverte a través del mundo para comenzar nuevamente. Estuviste en California ocho años, diez años en Inglaterra antes que eso y, mucho antes, en Rusia, España y Francia. Tienes acciones en las empresas Argeneau pero también posees una propia, V. A. Inc., la cual se expandió en varias raíces. Una de ellas, es tu propia compañía que, actualmente, no está produciendo nada debido a los serios eventos de sabotaje que te han forzado a cortar y cerrar todos y cada uno de los proyectos de producción.
Jackie se quedó en silencio y observó con gran satisfacción todo detalle expresado en el rostro de Vincent Argeneau. Él parecía contrariado. Eso le serviría de lección. Ella estaba ahí sólo como un favor hacia Bastien.
Tenía otros casos en los cuales trabajar, ¿pero ese sujeto lo tenía en consideración? ¿Huh?
No, por supuesto que no. Él sólo le estampó la puerta en su cara para lloriquearle a Bastien que era una bendita mortal y una chica. Jackie estaba acostumbrada a que la gente la juzgara por su sexo y su tamaño. Eso la molestaba a veces pero, por lo general, podía tratar con ello. Sin embargo, que la maldijeran si fuera a tolerar esos endemoniados perjuicios para con ella y su especie. Era una humana, y, malditos sea, muy orgullosa de serlo. Algunos de estos "alimentadores nocturnos" eran unos absurdos engreídos en su opinión. Dormían todo el día, bebían sangre empaquetada por las noches y, después, actuaban de lo más superiores porque era imposible que pescaran un resfriado y tenían una salud perfecta.
Ese pensamiento le recordó a Jackie un punto que había pasado por alto.
-Heredaste la disposición genética de tu padre que no permite que te alimentes de sangre empaquetada como el resto de tu especie. Si siguieras una dieta alimentándote con bolsas de sangre, pasarías hambre hasta la muerte. Estás forzado a cazar tu alimento y tomarlo de donantes vivos -ella arqueó sus cejas y añadió-: Tiny y yo no estamos en el menú. Si muerdes a alguno de nosotros, tomaremos el próximo vuelo a Nueva York. ¿Entendido?
Jackie no esperó una respuesta. Decidiendo que ya había pasado bastante tiempo en el umbral, pasó a su lado sin hacerle el menor caso hacia el interior de la casa con Tiny pisando sus talones.
-Tu seguridad aquí es inexistente -informó Jackie, echando un vistazo a cada sitio que atravesaba por el pasillo-. Tu puerta delantera está abierta de par en par. Tanto como nosotros pudimos entrar, cualquiera podría hacerlo.
-La seguridad de mi casa no está incluida en la cuestión -Vincent Argeneau sonaba irritado, notó, aparentemente recuperado del shock que le había causado al relatarle toda su vida hasta la fecha.
-Lo estará, créeme -anunció Jackie, y después precisó-: Ahora que has estancado el trabajo de las productoras, tu saboteador ha perdido su blanco original. Buscará otro, y tu hogar es el primer lugar que le vendrá en mente.
Jackie echó un vistazo al final del pasillo, alcanzando el otro extremo y no se sorprendió al verlo mirar fijamente con una sombra de preocupación la puerta principal. No había oído el susurro de la cerradura cuando él la había cerrado hacía unos momentos. Él ahora se volvía nuevamente a la cerradura y ella se sonrió a sí misma mientras empujaba la puerta de la cocina.
Tiny esperaba dentro de la habitación abriendo y cerrando puertas de armarios, mientras Jackie atravesaba todo el lugar, esperando a que Vincent la alcanzara. Ella miraba fijamente el refrigerador vacío cuando él entró apresuradamente en el cuarto.
-Tienes demasiado vidrio en esta casa -comentó-. Puertas francesas, puertas de vidrio desplazables y ventanas de lujo. Dime que, al menos, tienes un sistema de seguridad en alguna de ellas.
La vacilación que percibió en sus facciones fue suficiente respuesta.
-¿Qué es lo que buscas? -preguntó Vincent, en lugar de admitir que no tenía ningún sistema de alarma.
Jackie se encogió de hombros.
-Si Tiny y yo vamos a permanecer aquí tengo que saber lo que necesitaremos. Según lo esperado, no tienes nada de alimento en esta casa, sin mencionar los platos, los cubiertos y demás -agregó secamente.
Cerrando la puerta del refrigerador, ella dio un vistazo a su ayudante.
-Lo mejor será que comiences a hacer una lista, Tiny. Escribe todo lo que necesitamos.
-¿Van a quedarse aquí? -soltó Vincent, horrorizado.
-Si no hubieras parado la producción, estaríamos alquilando en alguna parte y tomando posiciones en alguno de los puestos como agentes encubiertos para analizar los alrededores. Pero, puesto que cancelaste todos los trabajos e hiciste lo que quisiste con los puestos disponibles, tendremos que permanecer aquí y conseguir una tapadera diferente -ella se dio la vuelta para ubicarse frente a él-. Tengo entendido que no tienes asistente personal, ¿la tienes?
-No -contestó Vincent renuente.
-Ahora la tienes -informó ella. Gesticuló algo a Tiny y luego añadió-: Y también tienes a un nuevo cocinero y ama de casa.
Vincent la miró fijamente y después echó un vistazo a Tiny que cabeceó solemnemente.
Dándole tiempo para adaptarse a los cambios que iban a realizar en su vida, Jackie se dirigió hacia la puerta de la cocina.
-Voy a hacer algunas llamadas. Doy por hecho que puedo usar el teléfono de tu oficina, ¿no?
-Sí, por supuesto -las palabras sonaban casi automáticas mientras él trataba de asimilar todo lo que estaba ocurriendo.
-¿Quieres que desempaque? -le preguntó Tiny cuando pasó a su lado.
-Sí, por favor. Y también necesitaré mi cartera que está en el coche. Después de que haga las llamadas, pasaré por las habitaciones del segundo piso. Si no estoy en la oficina, me encontrarás arriba.
-Entendido, jefa -murmuró Tiny al tiempo que ella salía de la cocina.
Vincent no la observó esta vez, y Jackie dejó caer sus hombros mientras iba por el pasillo.


-Fuiste muy dura con él -comentó Tiny una vez que alcanzaron la puerta que ella, anteriormente, había espiado a través de la oficina.
Jackie se encogió de hombros.
-Ese hombre necesitaba una llamada de atención. Cuando llegan a cierta edad, creen que son indestructibles. Éste lugar es el sueño de un ladrón. Es una verdadera suerte que no le hayan robado, o atacado... Y ahora hay alguien ahí afuera que está persiguiéndolo. No tenemos el suficiente tiempo para manejarlo con guantes de seda. Tenemos que asegurar este lugar lo más rápido posible para poder centrarnos en el rastreo del saboteador.
-Y él era el grosero por cerrar la puerta en nuestras caras -agregó Tiny secamente, haciendo que sus labios se curvaran en una sonrisa. El gigante raramente la dejaba mentirse a sí misma.
--admitió Jackie-. Fue un grosero. Y puso en duda que yo pudiera hacer bien mi trabajo. Lastimó mi orgullo y me aseguré de que se replanteara esa cuestión.
-¿Crees que la está replanteando? -preguntó Tiny.
-Creo que está deseando no haber llamado nunca a Bastien para pedirle que encontrara a un asistente que lo ayudara con este problema -respondió con una sonrisa satisfecha.
-Si él está disgustado, entonces nuestro trabajo está hecho -dijo Tiny solemnemente.
-Supongo -convino Jackie con voz cansina, pero riendo suavemente entre dientes mientras que Tiny salía en busca del coche y ella se dirigía a la oficina.
La capacidad del gigante para bromear con ella sin ninguna expresión era inestimable, y le había agradecido a Dios muchas veces por tal compañero. Jackie sospechó que iba a necesitar mucho, mucho tiempo antes de pasar de este trabajo.
Suspirando, se dejó caer en la silla del escritorio y miró fijamente el teléfono. Era inalámbrico, y ahora que lo observaba, el receptor estaba vacío. Jackie recordó que Vincent había estado hablando por teléfono cuando abrió la puerta. Lo que significaba que aún tenía el teléfono.
Sacudiendo su cabeza, se irguió otra vez y estudió el escritorio, deteniéndose brevemente cuando Vincent Argeneau apareció repentinamente con el teléfono en la mano. Después de una leve vacilación, Jackie se adelantó y lo alcanzó, pero él la sostuvo antes de que pudiera tomarlo.
-Me disculpo por mi rudeza al cerrarte la puerta en la cara. Me temo que recién me había despertado y no estaba completamente conciente... y, según la información que Bastien me había dado, aún contaba con otra media hora antes de que llegaran.
-Nuestro vuelo salió con buen tiempo. Aterrizamos más temprano -explicó Jackie.
Vincent Argeneau asintió.
-Bien, me sobresalté al saber que estaban en camino, y después me asusté aún más al ver que eres mortal. Bastien no me había advertido y asumí que uno de los nuestros se ocuparía de la situación.
Jackie dudó, pero luego relajó los hombros y asintió.
-Disculpa aceptada.
-Grandioso. Entonces quizás podamos comenzar otra vez -lanzó el teléfono y levantó su mano con una sonrisa conciliatoria-. Hola, mi nombre es Vincent Argeneau. Tú debes ser la asombrosa Jackie Morrisey que mi primo ha mandado para salvar mi bacón. Es un placer conocerte. Agradecería cualquier ayuda que puedas brindarme sobre este asunto. Bienvenida a mi casa.
Jackie automáticamente le dio la mano. Al sentir el contacto entre sus dedos, una corriente de estremecimientos la sobresaltó. Asustada, tiró rápidamente de su mano para romper el contacto.
Las palabras salieron tan rápido de sus labios que ella no pudo contenerlas:
-Quisiera que alguien viniera para instalar un sistema de seguridad apropiado. Te costará mucho dinero. Si tienes algún problema con eso... -su voz fue desapareciendo cuando él asintió.
-Si lo consideras necesario, sin ninguna duda, arréglalo. Descartando eso, quizás puedas concentrarte en mi saboteador. Me doy cuenta ahora de que he sido algo flojo con esas cosas. Supongo que soy afortunado al no haber sido robado o atacado. Gracias por la llamada de atención.
Jackie se puso rígida en cuanto reconoció las palabras que le había dicho a Tiny y, recordó tardíamente, que Vincent tenía un sentido del oído excepcional. También podían leer mentes, se recordó severamente. Tendría que tener cuidado estando cerca de él, e intentar esconder sus pensamientos. Ese era un truco que ella había aprendido hacía años. Su gente podía leer mentes, pero -afortunadamente- sólo si tú pensabas en algo. Mantener la mente en blanco o recitar una tonta rima de niños era suficiente para obstaculizarlos.
Tendría que recordar eso cada vez que estuviera cerca de ese hombre.
-Te dejaré con tus llamadas telefónicas para darme una ducha y vestirme.
Sus palabras llamaron la atención de Jackie hacia su pecho desnudo y ella parpadeó sorprendida, preguntándose cómo no había notado eso antes. El hombre estaba allí, su cabello oscuro revuelto de manera somnolienta, y usando nada más y nada menos que unos pantalones de pijama azul oscuro. Eso la dejó noqueada, pálida ante la visión de su pecho. Jackie había estado tan enojada por su comportamiento en la entrada que, incluso, no había notado su estado de desnudez. O la belleza de los cincelados rasgos de su cara y sus ojos entre plateados y azules.
Sorprendente, pensó con incredulidad.
-Una vez que acabes con el personal de seguridad, te llevaré a ti y a Tiny a comprar las cosas que necesitarán en la cocina durante su estancia -anunció él-. Ahora, si me disculpas...
Girando sobre sus pies, Vincent Argeneau dejó la habitación. Jackie se transladó hasta la puerta y lo examinó. Su mirada se deslizó con interés sobre la musculatura de su espalda y las partes inferiores que ocultaban los pantalones de su pijama, mientras él subía las escaleras. Dándose cuenta de lo que estaba haciendo, sacudió su cabeza y dio la vuelta rápidamente para volver al escritorio.
-No vayas por ahí -se reprendió Jackie a sí misma, mientras buscaba en la guía telefónica los números de las agencias de seguridad locales-. Lo último que necesitas es sentirte atraída por un vampiro. Sigue por ahí, has eso y tendrás cicatrices para probarlo.
-Hablándote a ti misma otra vez. Esa siempre es una mala señal para un trabajo.
Jackie iba a dirigirle unas palabras a Tiny, pero al verlo permanecer en el umbral, sosteniendo una larga caja en sus manos, preguntó:
-¿Qué es eso?
-Una entrega de A.B.B. El delivery lo dejó justo cuando yo salía del coche.
-¿A.B.B.? -Jackie hizo una mueca, sabiendo que sería la sangre que Bastien había enviado del banco de sangre Argeneau para que su madre pudiera alimentarse mientras estuviera allí. Le había advertido que Margarite Argeneau volaría para atender a Vincent, ya que ella aseguraba que se encontraba solo y deprimido, pues contemplaba en solitario cómo sus primos habían encontrado a sus compañeros de vida. Jackie no pensó que estuviera deprimido pero, por otra parte, apenas conocía a ese hombre.
Tiny se movió, y cuando ella le echó un vistazo, él sostuvo su mirada. Luego ella examinó la caja, la cual no cabía duda de que era un refrigerador lleno de bolsas de sangre, decidiendo que ese trabajo, probablemente, iba a ser un ensayo. Ellos, normalmente, no tenían que vivir próximos a los inmortales, ni presenciar sus hábitos alimenticios. Dudaba de que lo quisiera realmente.
Suspirando, Jackie encontró el número de una agencia de seguridad en la agenda y comenzó a marcar.
-Ponlo en la cocina para que él sepa que está aquí. Que haga con eso lo que quiera.
Asintiendo con la cabeza, Tiny abandonó el cuarto mientras ella esperaba a que la atendieran.