En la frontera entre El Tíbet y Nepal
-No eres normal.
-Sabes, Magnus, que cuando te emborrachas, ese acento irlandés tuyo se vuelve tan marcado que apenas te entiendo -la voz de Warlord era suave y tranquila. Y tan mortífera como el whisky de malta que habían robado.
-Tú me entiendes perfectamente -Magnus sabía que nunca hubiera tenido los cojones de hacer ningún comentario sobre Warlord, sin importar lo cierto que fuera, si no estuviera jodidamente oscuro, en mitad del Himalaya, en mitad de la nada, y si él no se hubiera bebido un pequeño trago de ese fino whisky-es decir, casi toda la botella para él solo. Y si no fuera el segundo al mando de las tropas mercenarias, con la responsabilidad de mostrarse ebrio.
-No eres normal, y los hombres de aquí lo saben. Murmuran que eres un licántropo.
-No seas ridículo -Warlord se sentó muy por encima del campamento, su silueta contra el cielo nocturno, su brazo curvado alrededor de su rodilla, rifle en mano.
-Eso es lo que también les dije. Porque soy escocés. Sé mucho más que ellos. No existe tal cosa como los hombres lobos -Magnus asintió sabiamente, y rompió el precinto de una segunda botella-. Hay cosas mucho peores que eso. ¿Sabes por qué lo sé?
Warlord no dijo nada.
Nunca decía una palabra que no fuera necesaria. Nunca era amable. Nunca era agradable. Mantenía sus secretos, y era la cosa más endemoniadamente mezquina en la lucha que Magnus había podido ver en su vida. Ahora, mientras sus muchachos estaban celebrando su último saqueo, él estaba haciendo guardia en el punto más alto con vistas hacia su guarida. Para un hombre que destacaba en el robo a turistas ricos y oficiales del gobierno, y que nunca cavilaba a la hora de matar cuando la ocasión lo requería, era endemoniadamente decente.
Magnus continuó:
-Crecí en las desoladas Islas Hébridas, lejos al norte, donde el maldito viento sopla todo el tiempo, ni una sola planta se atreve a crecer, y los viejos cuentos son repetidos una y otra vez en las largas noches de invierno.
-Suena bien como lugar para crecer -Warlord cogió la botella del puño de Magnus y la inclinó hacia su garganta.
-Eso es -Magnus observó a su líder-. Tú no sueles beber.
-Si vamos a rememorar algo, debería usar algo para amortiguar el dolor -Warlord era un oscuro borrón contra las estrellas-un borrón antinaturalmente oscuro.
Por la mañana, Magnus se arrepentiría de haber soltado su lengua de ese modo. Como todos los hombres de allí, y había sido marcado por la crueldad y la traición, la única maldita cosa en la que destacaba era la lucha, y si alguna vez era capturado por algún gobierno en el mundo, sería colgado-o peor.
Pero el whisky lo volvía sociable, y confiaba en Warlord-él creaba las normas, y era implacable a la hora de hacer que los demás las cumplieran, pero era condenadamente justo.
-¿Echas de menos tu hogar, entonces? -preguntó.
-No pienso en ello.
-Es cierto. ¿De qué sirve? No podemos volver. No nos querrían. No con tanta sangre en nuestras manos.
-No.
-Pero hoy nos lavamos parte de esa sangre.
Warlord alzó sus manos y las miró.
-Las manchas de la sangre nunca se van.
-¿Cómo lo sabes?
-Mi padre me lo dejó muy claro. Una vez que das voluntariamente un paso hacia el demonio, estás marcado de por vida y destinado al infierno.
-Sí, mi padre decía las mismas tonterías, justo antes de desatarse el cinturón y golpearme con él -Magnus se encorvó, para luego animarse de nuevo-. Esos monjes budistas de hoy fueron agradecidos, sin embargo. Nos bañaron con bendiciones. Eso nos puede ayudar. ¿Es ese el motivo por el que los dejaste libres?
-No. Los liberé porque odio a los matones, y esos soldados chinos son unos capullos que piensan que es divertido usar a esos hombres benditos como práctica de tiro -la voz de Warlord vibró con furia-. No lo soportas. Pero esta vez nos pagaron con algo más que bendiciones.
Para el asalto había sido beneficioso, cargándolos con armas de fuego, munición, y un general chino que había renunciado a su licor y su oro para mantener las fotografías de su affaire secreto con el hijo menor del presidente comunista.
Magnus sonrió abiertamente mientras mirada hacia delante, al este, donde un brillo en el horizonte marcaba la luna creciente.
-Tú y yo, hemos ido de putas juntos. Hemos peleado juntos. Y sigo sin entender cómo pareces saber siempre dónde está escondido el dinero y el alcohol, y dónde hay mayor número de escándalos.
-Es un don.
Magnus agitó su dedo hacia él.
-¡No me distraigas con tus disparates! ¿Cómo llegaste a ser tal criatura?
-Del mismo modo que tú. Maté a un hombre, huí, y terminé aquí -Warlord elevó la botella y brindó por las cumbres nevadas que dominabas sus vidas-. Aquí, donde la única norma es la que yo hago, no tengo que rogar por piedad a nadie.
-Sabes que no es eso a lo que me refiero. Algo está mal contigo. La sombra que proyectas es demasiado oscura. Cuando estás enfadado, hay una especie de -Magnus movió sus dedos en un contoneo- resplandor trémulo en los bordes. Tienes un modo de aparecer de la nada, sin sonido alguno, y sabes cosas que no son asunto tuyo, como ese general chino que sodomizaba a ese chaval. Los hombres aseguran que no eres humano.
-¿Por qué dicen eso?
-Por tus ojos… -susurró.
-¿Qué ocurre con mis ojos? -Warlord volvía a tener ese tono suave y mortífero en su voz.
-¿Te has mirado en un espejo últimamente? Jodidamente espeluznantes. Por eso los hombres te han seguido. Pero ahora hay quejas -Magnus se abrazó a sí mismo con un poco de disgusto.
-¿Por qué hay quejas? -preguntó Warlord con engañosa calma.
-Los hombres dicen que no estás prestando atención a los negocios, que estás distraído con tu mujer.
-Con mi mujer -los ojos obsidiana de Warlord refulgieron en la oscuridad.
-¿Creías que nadie se iba a dar cuenta que desaparecías por las noches? Te ven marchar, y entonces susurran entre ellos -Magnus intentó suavizar el ambiente-. Son una panda de viejas.
Warlord no se mostraba divertido.
-¿Y no están contentos con el resultado de esta incursión?
-Sí, pero hay más cosas además de tener una buena pelea y robar una gloriosa cantidad de dinero -Magnus fue al grano-. Los chicos están preocupados por su seguridad. Hay rumores de que los militares de ambos lados de la frontera están cansados de que metamos las narices en sus asuntos, y están enviando refuerzos.
-¿Qué tipo de refuerzos?
-No puedo responderte a eso exactamente. Están siendo demasiado reservados. Pero están también llenos de energía y, bueno…
Warlord se echó hacia atrás.
-¿Llenos de energía y…?
-Diría que también están asustados. Como si hubieran empezado algo que no pueden frenar. Seré franco contigo, Warlord. No me gusta nada de esto. Necesitamos que dejes de follarte a la chica y descubras qué está ocurriendo -ya está. Magnus le había dado el mensaje, y Warlord no le había arrancado la cabeza.
Aún.
Apoyó su espalda contra la roca. El granito estaba frío. Por supuesto. A excepción del breve verano, esas montañas estaban siempre frías. Y en ese valle, limitado por tres lados con acantilados, y por el otro con un desfiladero que daba a un río embravecido, el constante viento azotaba su escaso cabello y lo cortaba profundamente hasta los huesos.
-Odio este puto lugar -murmuró-. Nada bueno ha salido de Asia aparte de las especias y la pólvora.
Warlord se rió, y casi sonaba como si estuviera divirtiéndose.
-Tienes razón en eso. Mi familia es de Asia.
-No me tomes el pelo, no eres un chino.
-Un cosaco de las estepas, lo que actualmente es Ucrania.
Magnus sabía geografía; había trabajado en esa área del mundo como estafador y soldado.
-Ucrania… eso está cerca de Europa.
-Cerca sólo cuenta en el juego de las herraduras y las granadas de mano -Warlord miró hacia arriba, a las estrellas. Tomó un sorbo de whisky-. ¿Has escuchado hablar de los Varinski?
Magnus cambió de un estado apacible a uno con expresión homicida en pocos segundos.
-Esos hijos de puta.
-Has oído hablar de ellos.
-Hace ocho años estuve trabajando en el Mar del Norte, haciendo un poco de piratería, robando algunas cosillas, y tres Varinski me alcanzaron. Me informaron de que ese era su territorio, que iban a llevárselo todo -Magnus clavó su dedo contra la hendidura de su mejilla donde faltaba una muela-. Les dije que no fueran tan codiciosos, tenía suficiente para todos. Pero esos hombres… es por ellos que mi nariz está torcida. Es por ellos que me faltan tres dedos y dos meñiques. Estuvieron a punto de matarme, entonces me tiraron al océano para que me ahogara. Los médicos dijeron que fue por eso que no morí desangrado. Hipotermia. Varinskis -escupió el apellido como si fuera veneno-. ¿Sabes la reputación que esos monstruos tienen?
-Sí.
-Odio a esos hijos de puta.
-Ellos son mi familia.
Un terror gélido recorrió la espina de Magnus.
-Los rumores sobre ellos son…
-Todo cierto.
-No puede ser -Magnus se agarró firmemente al éxtasis inducido por el alcohol, que se evaporaba rápidamente.
-Dices que los hombres juran que no soy humano.
Magnus rechazó la idea con todo el ímpetu que logró reunir.
-Nuestros hombres son un puñado de salvajes ignorantes.
-Pero soy humano. Un humano con dones especiales… los más maravillosos, placenteros y tentadores dones -la voz de Warlord tejió un hechizo a su alrededor.
-No necesitas decírmelo. Soy todo un hombre guardando secretos -Magnus luchó por levantarse. La mano de Warlord se aferró a su brazo y lo sentó de nuevo de un tirón.
-No me dejes, Magnus. Querías saber.
-No quiero saber nada malo -murmuró.
-Querías consuelo. Te lo estoy dando -Warlord le pasó la botella. Se la pasó como si fuera a necesitarla-. Hace mil años mi antepasado, Konstantine Varinski, hizo un pacto con el diablo.
-Joder -Magnus siempre había odiado ese tipo de historias. Las odiaba porque creía en ellas.
Deseó que la luna apareciera de detrás de las sombras, pero apenas estaba a la mitad, y el lóbrego brillo asomaba entre ellas, pero no podía hacerlas desaparecer. Deseó que algunos de sus hombres le hicieran compañía, pero los muy estúpidos estaban en el valle, bebiendo, jugando, viendo sus estúpidos vídeos y vomitando. Nadie sabía que estaba sentado allí arriba, sonsacando secretos que deberían estar mejor enterrados, y ahora temeroso por su vida.
-Konstantine tenía su reputación en las estepas. Se complacía al matar, torturar, extorsionar, y se murmuraba que su crueldad rivalizaba con la del diablo -la voz de Warlord se tiñó de humor-. A Satán no le gustaban esas historias-juraría que es un pequeño vanidoso-y buscó a Konstantine para eliminarlo de la competición.
-No me digas que Konstantine venció al diablo -dijo Magnus incrédulamente.
-No, se ofreció a sí mismo como el mejor sirviente de Satanás. A cambio de la habilidad de poder dar caza y matar a sus enemigos, Konstantine prometió su alma, y la de todos sus descendientes, al diablo.
Magnus miró detenidamente a Warlord, intentando verlo, pero como siempre las sombras alrededor de su líder eran densas, oscuras, impenetrables.
-¿Eres su descendiente?
-Uno de muchos. Hijo del actual Konstantine -los extraños ojos de Warlord brillaron en la oscuridad.
-Te lo dije. Largas noches de invierno, y todos los viejos cuentos para asustar a los niños.
-Los niños deben ser asustados -Warlord bajó el tono de su voz hasta convertirla en un susurro-. Deberían temblar en sus camas y saber que criaturas como yo merodean por su mundo.
Magnus sabía lo diabólico que era. Su padre lo había sermoneado cada día mientras intentaba sacar la rebeldía de él. Era por eso que, ahora… casi podía sentir las ascuas del infierno quemando su carne.
-Es un cuento fantástico -aclaró su garganta-. En mil años, imagino que habrá conseguido unos cuantos adornos. Algunos cuenta cuentos que la modificarán para hacer más excitante el relato… ¿no crees?
Un gruñido tenue retumbó, proveniente de la figura escondida de Warlord.
-¿Por qué otra cosa te crees que los hombres me buscan cuando quieren localizar a sus enemigos? ¿Por qué crees que me contratan? Puedo encontrar a cualquiera, en cualquier lugar. ¿Sabes cómo?
Magnus agitó su cabeza. Él no quería saber cómo.
Pero era demasiado tarde.
-A Konstantine Varinski y cada Varinski desde entonces, el diablo les legó la habilidad de convertirse en un animal depredador.
-Cambiar… -la luz de la luna los alcanzó entonces, y Magnus fijó su mirada en Warlord. La fijó porque tenía miedo de apartar su vista de él-. ¿Entonces eres un hombre lobo?
-No, los Varinski no somos estúpidas bestias dominadas por las fases de la luna. No somos controlados por nada que no sean nuestros propios deseos. Cambiamos cuando queremos, cuando lo necesitamos. Tenemos largas vidas, engendramos sólo niños, y nada a excepción de otro demonio puede matarnos. Dejamos un rastro de sangre, fuego y muerte allá donde vamos -Warlord se rió, un ronroneo gutural.
-Somos la Oscuridad.
-Sí, lo sois -Magnus veía la oscuridad cada vez que miraba dentro de sus ojos. Aún discutía consigo mismo, porque no quería que fuera cierto-. Pero no eres ruso. Eres de Estados Unidos.
-Mis padres huyeron, se casaron, se mudaron al estado de Washington, cambiaron su apellido a algo que sonara bien, sólido y muy americano, y nos criaron a mis dos hermanos, a mi hermana y a mí. No aprueban, especialmente mi padre, esa cosa del fuego, la sangre y la muerte de los Varinski. Dice que tenemos que controlarnos -la amargura de Warlord era marcada y furiosa-. El control es una mierda. Me gusta la sangre, el fuego y la muerte. No puedo luchar contra mi naturaleza.
Inténtalo. Por la gloria de Cristo, inténtalo.
-¿El pacto puede romperse?
Warlord se encogió de hombros.
-Se ha mantenido por miles de años. Imagino que se mantendrá por otros miles más.
La cabeza de Magnus daba vueltas, y el arroz y el cordero que había comido en la cena guerreaban contra el whisky escocés.
-Pero no eres como los Varinski que he conocido. ¿Seguro que eres uno de ellos?
-Quiero que convenzas a los hombres de que no tiene por qué preocuparse. Puedo mantenerlos a salvo de cualquier refuerzo que los militares hayan enviado -Warlord depositó su rifle en el suelo. Se quitó las botas, dejó a un lado su abrigo y su camisa. Se desató el cinturón, bajó sus pantalones y se puso en pie, dejando que el débil resplandor de la luna lo bañara.
En aquellas largas noches de invierno cuando las putas visitaban el campamento, Magnus había visto a Warlord desnudo y en acción. Era sólo un hombre, un chaval que hacía de la lucha su vida. Pero ahora, por los bordes, su silueta se volvía algo menos…definida.
Magnus elevó la botella hasta su boca. Su mano temblaba, y la boquilla de cristal tintineaba contra sus dientes.
-Voy a cazar…y matar -los huesos de Warlord de deshicieron y se reconstruyeron. Su largo pelo negro se expandió, apareciendo en su cuello, su espalda y su vientre, bajando por sus piernas. Su rostro cambió, tornándose cruelmente felina. Su columna vertebral cambió de forma; cayó a cuatro patas. Sus orejas…y su nariz…sus manos…y sus dientes…
Magnus pestañeó de nuevo.
Una lustrosa y grande pantera del color del ébano se erguía ante él con blancos, afiladas garras y dientes, y un pelaje tan negro como una sombra. Y sus ojos…
Magnus se encontró a sí mismo retrocediendo, gritando y gritando, mientras el gran depredador felino acechaba a sus espaldas, sus patas sin emitir ningún sonido, los familiares ojos negros de Warlord fijados en su presa… en Magnus.
-Sabes, Magnus, que cuando te emborrachas, ese acento irlandés tuyo se vuelve tan marcado que apenas te entiendo -la voz de Warlord era suave y tranquila. Y tan mortífera como el whisky de malta que habían robado.
-Tú me entiendes perfectamente -Magnus sabía que nunca hubiera tenido los cojones de hacer ningún comentario sobre Warlord, sin importar lo cierto que fuera, si no estuviera jodidamente oscuro, en mitad del Himalaya, en mitad de la nada, y si él no se hubiera bebido un pequeño trago de ese fino whisky-es decir, casi toda la botella para él solo. Y si no fuera el segundo al mando de las tropas mercenarias, con la responsabilidad de mostrarse ebrio.
-No eres normal, y los hombres de aquí lo saben. Murmuran que eres un licántropo.
-No seas ridículo -Warlord se sentó muy por encima del campamento, su silueta contra el cielo nocturno, su brazo curvado alrededor de su rodilla, rifle en mano.
-Eso es lo que también les dije. Porque soy escocés. Sé mucho más que ellos. No existe tal cosa como los hombres lobos -Magnus asintió sabiamente, y rompió el precinto de una segunda botella-. Hay cosas mucho peores que eso. ¿Sabes por qué lo sé?
Warlord no dijo nada.
Nunca decía una palabra que no fuera necesaria. Nunca era amable. Nunca era agradable. Mantenía sus secretos, y era la cosa más endemoniadamente mezquina en la lucha que Magnus había podido ver en su vida. Ahora, mientras sus muchachos estaban celebrando su último saqueo, él estaba haciendo guardia en el punto más alto con vistas hacia su guarida. Para un hombre que destacaba en el robo a turistas ricos y oficiales del gobierno, y que nunca cavilaba a la hora de matar cuando la ocasión lo requería, era endemoniadamente decente.
Magnus continuó:
-Crecí en las desoladas Islas Hébridas, lejos al norte, donde el maldito viento sopla todo el tiempo, ni una sola planta se atreve a crecer, y los viejos cuentos son repetidos una y otra vez en las largas noches de invierno.
-Suena bien como lugar para crecer -Warlord cogió la botella del puño de Magnus y la inclinó hacia su garganta.
-Eso es -Magnus observó a su líder-. Tú no sueles beber.
-Si vamos a rememorar algo, debería usar algo para amortiguar el dolor -Warlord era un oscuro borrón contra las estrellas-un borrón antinaturalmente oscuro.
Por la mañana, Magnus se arrepentiría de haber soltado su lengua de ese modo. Como todos los hombres de allí, y había sido marcado por la crueldad y la traición, la única maldita cosa en la que destacaba era la lucha, y si alguna vez era capturado por algún gobierno en el mundo, sería colgado-o peor.
Pero el whisky lo volvía sociable, y confiaba en Warlord-él creaba las normas, y era implacable a la hora de hacer que los demás las cumplieran, pero era condenadamente justo.
-¿Echas de menos tu hogar, entonces? -preguntó.
-No pienso en ello.
-Es cierto. ¿De qué sirve? No podemos volver. No nos querrían. No con tanta sangre en nuestras manos.
-No.
-Pero hoy nos lavamos parte de esa sangre.
Warlord alzó sus manos y las miró.
-Las manchas de la sangre nunca se van.
-¿Cómo lo sabes?
-Mi padre me lo dejó muy claro. Una vez que das voluntariamente un paso hacia el demonio, estás marcado de por vida y destinado al infierno.
-Sí, mi padre decía las mismas tonterías, justo antes de desatarse el cinturón y golpearme con él -Magnus se encorvó, para luego animarse de nuevo-. Esos monjes budistas de hoy fueron agradecidos, sin embargo. Nos bañaron con bendiciones. Eso nos puede ayudar. ¿Es ese el motivo por el que los dejaste libres?
-No. Los liberé porque odio a los matones, y esos soldados chinos son unos capullos que piensan que es divertido usar a esos hombres benditos como práctica de tiro -la voz de Warlord vibró con furia-. No lo soportas. Pero esta vez nos pagaron con algo más que bendiciones.
Para el asalto había sido beneficioso, cargándolos con armas de fuego, munición, y un general chino que había renunciado a su licor y su oro para mantener las fotografías de su affaire secreto con el hijo menor del presidente comunista.
Magnus sonrió abiertamente mientras mirada hacia delante, al este, donde un brillo en el horizonte marcaba la luna creciente.
-Tú y yo, hemos ido de putas juntos. Hemos peleado juntos. Y sigo sin entender cómo pareces saber siempre dónde está escondido el dinero y el alcohol, y dónde hay mayor número de escándalos.
-Es un don.
Magnus agitó su dedo hacia él.
-¡No me distraigas con tus disparates! ¿Cómo llegaste a ser tal criatura?
-Del mismo modo que tú. Maté a un hombre, huí, y terminé aquí -Warlord elevó la botella y brindó por las cumbres nevadas que dominabas sus vidas-. Aquí, donde la única norma es la que yo hago, no tengo que rogar por piedad a nadie.
-Sabes que no es eso a lo que me refiero. Algo está mal contigo. La sombra que proyectas es demasiado oscura. Cuando estás enfadado, hay una especie de -Magnus movió sus dedos en un contoneo- resplandor trémulo en los bordes. Tienes un modo de aparecer de la nada, sin sonido alguno, y sabes cosas que no son asunto tuyo, como ese general chino que sodomizaba a ese chaval. Los hombres aseguran que no eres humano.
-¿Por qué dicen eso?
-Por tus ojos… -susurró.
-¿Qué ocurre con mis ojos? -Warlord volvía a tener ese tono suave y mortífero en su voz.
-¿Te has mirado en un espejo últimamente? Jodidamente espeluznantes. Por eso los hombres te han seguido. Pero ahora hay quejas -Magnus se abrazó a sí mismo con un poco de disgusto.
-¿Por qué hay quejas? -preguntó Warlord con engañosa calma.
-Los hombres dicen que no estás prestando atención a los negocios, que estás distraído con tu mujer.
-Con mi mujer -los ojos obsidiana de Warlord refulgieron en la oscuridad.
-¿Creías que nadie se iba a dar cuenta que desaparecías por las noches? Te ven marchar, y entonces susurran entre ellos -Magnus intentó suavizar el ambiente-. Son una panda de viejas.
Warlord no se mostraba divertido.
-¿Y no están contentos con el resultado de esta incursión?
-Sí, pero hay más cosas además de tener una buena pelea y robar una gloriosa cantidad de dinero -Magnus fue al grano-. Los chicos están preocupados por su seguridad. Hay rumores de que los militares de ambos lados de la frontera están cansados de que metamos las narices en sus asuntos, y están enviando refuerzos.
-¿Qué tipo de refuerzos?
-No puedo responderte a eso exactamente. Están siendo demasiado reservados. Pero están también llenos de energía y, bueno…
Warlord se echó hacia atrás.
-¿Llenos de energía y…?
-Diría que también están asustados. Como si hubieran empezado algo que no pueden frenar. Seré franco contigo, Warlord. No me gusta nada de esto. Necesitamos que dejes de follarte a la chica y descubras qué está ocurriendo -ya está. Magnus le había dado el mensaje, y Warlord no le había arrancado la cabeza.
Aún.
Apoyó su espalda contra la roca. El granito estaba frío. Por supuesto. A excepción del breve verano, esas montañas estaban siempre frías. Y en ese valle, limitado por tres lados con acantilados, y por el otro con un desfiladero que daba a un río embravecido, el constante viento azotaba su escaso cabello y lo cortaba profundamente hasta los huesos.
-Odio este puto lugar -murmuró-. Nada bueno ha salido de Asia aparte de las especias y la pólvora.
Warlord se rió, y casi sonaba como si estuviera divirtiéndose.
-Tienes razón en eso. Mi familia es de Asia.
-No me tomes el pelo, no eres un chino.
-Un cosaco de las estepas, lo que actualmente es Ucrania.
Magnus sabía geografía; había trabajado en esa área del mundo como estafador y soldado.
-Ucrania… eso está cerca de Europa.
-Cerca sólo cuenta en el juego de las herraduras y las granadas de mano -Warlord miró hacia arriba, a las estrellas. Tomó un sorbo de whisky-. ¿Has escuchado hablar de los Varinski?
Magnus cambió de un estado apacible a uno con expresión homicida en pocos segundos.
-Esos hijos de puta.
-Has oído hablar de ellos.
-Hace ocho años estuve trabajando en el Mar del Norte, haciendo un poco de piratería, robando algunas cosillas, y tres Varinski me alcanzaron. Me informaron de que ese era su territorio, que iban a llevárselo todo -Magnus clavó su dedo contra la hendidura de su mejilla donde faltaba una muela-. Les dije que no fueran tan codiciosos, tenía suficiente para todos. Pero esos hombres… es por ellos que mi nariz está torcida. Es por ellos que me faltan tres dedos y dos meñiques. Estuvieron a punto de matarme, entonces me tiraron al océano para que me ahogara. Los médicos dijeron que fue por eso que no morí desangrado. Hipotermia. Varinskis -escupió el apellido como si fuera veneno-. ¿Sabes la reputación que esos monstruos tienen?
-Sí.
-Odio a esos hijos de puta.
-Ellos son mi familia.
Un terror gélido recorrió la espina de Magnus.
-Los rumores sobre ellos son…
-Todo cierto.
-No puede ser -Magnus se agarró firmemente al éxtasis inducido por el alcohol, que se evaporaba rápidamente.
-Dices que los hombres juran que no soy humano.
Magnus rechazó la idea con todo el ímpetu que logró reunir.
-Nuestros hombres son un puñado de salvajes ignorantes.
-Pero soy humano. Un humano con dones especiales… los más maravillosos, placenteros y tentadores dones -la voz de Warlord tejió un hechizo a su alrededor.
-No necesitas decírmelo. Soy todo un hombre guardando secretos -Magnus luchó por levantarse. La mano de Warlord se aferró a su brazo y lo sentó de nuevo de un tirón.
-No me dejes, Magnus. Querías saber.
-No quiero saber nada malo -murmuró.
-Querías consuelo. Te lo estoy dando -Warlord le pasó la botella. Se la pasó como si fuera a necesitarla-. Hace mil años mi antepasado, Konstantine Varinski, hizo un pacto con el diablo.
-Joder -Magnus siempre había odiado ese tipo de historias. Las odiaba porque creía en ellas.
Deseó que la luna apareciera de detrás de las sombras, pero apenas estaba a la mitad, y el lóbrego brillo asomaba entre ellas, pero no podía hacerlas desaparecer. Deseó que algunos de sus hombres le hicieran compañía, pero los muy estúpidos estaban en el valle, bebiendo, jugando, viendo sus estúpidos vídeos y vomitando. Nadie sabía que estaba sentado allí arriba, sonsacando secretos que deberían estar mejor enterrados, y ahora temeroso por su vida.
-Konstantine tenía su reputación en las estepas. Se complacía al matar, torturar, extorsionar, y se murmuraba que su crueldad rivalizaba con la del diablo -la voz de Warlord se tiñó de humor-. A Satán no le gustaban esas historias-juraría que es un pequeño vanidoso-y buscó a Konstantine para eliminarlo de la competición.
-No me digas que Konstantine venció al diablo -dijo Magnus incrédulamente.
-No, se ofreció a sí mismo como el mejor sirviente de Satanás. A cambio de la habilidad de poder dar caza y matar a sus enemigos, Konstantine prometió su alma, y la de todos sus descendientes, al diablo.
Magnus miró detenidamente a Warlord, intentando verlo, pero como siempre las sombras alrededor de su líder eran densas, oscuras, impenetrables.
-¿Eres su descendiente?
-Uno de muchos. Hijo del actual Konstantine -los extraños ojos de Warlord brillaron en la oscuridad.
-Te lo dije. Largas noches de invierno, y todos los viejos cuentos para asustar a los niños.
-Los niños deben ser asustados -Warlord bajó el tono de su voz hasta convertirla en un susurro-. Deberían temblar en sus camas y saber que criaturas como yo merodean por su mundo.
Magnus sabía lo diabólico que era. Su padre lo había sermoneado cada día mientras intentaba sacar la rebeldía de él. Era por eso que, ahora… casi podía sentir las ascuas del infierno quemando su carne.
-Es un cuento fantástico -aclaró su garganta-. En mil años, imagino que habrá conseguido unos cuantos adornos. Algunos cuenta cuentos que la modificarán para hacer más excitante el relato… ¿no crees?
Un gruñido tenue retumbó, proveniente de la figura escondida de Warlord.
-¿Por qué otra cosa te crees que los hombres me buscan cuando quieren localizar a sus enemigos? ¿Por qué crees que me contratan? Puedo encontrar a cualquiera, en cualquier lugar. ¿Sabes cómo?
Magnus agitó su cabeza. Él no quería saber cómo.
Pero era demasiado tarde.
-A Konstantine Varinski y cada Varinski desde entonces, el diablo les legó la habilidad de convertirse en un animal depredador.
-Cambiar… -la luz de la luna los alcanzó entonces, y Magnus fijó su mirada en Warlord. La fijó porque tenía miedo de apartar su vista de él-. ¿Entonces eres un hombre lobo?
-No, los Varinski no somos estúpidas bestias dominadas por las fases de la luna. No somos controlados por nada que no sean nuestros propios deseos. Cambiamos cuando queremos, cuando lo necesitamos. Tenemos largas vidas, engendramos sólo niños, y nada a excepción de otro demonio puede matarnos. Dejamos un rastro de sangre, fuego y muerte allá donde vamos -Warlord se rió, un ronroneo gutural.
-Somos la Oscuridad.
-Sí, lo sois -Magnus veía la oscuridad cada vez que miraba dentro de sus ojos. Aún discutía consigo mismo, porque no quería que fuera cierto-. Pero no eres ruso. Eres de Estados Unidos.
-Mis padres huyeron, se casaron, se mudaron al estado de Washington, cambiaron su apellido a algo que sonara bien, sólido y muy americano, y nos criaron a mis dos hermanos, a mi hermana y a mí. No aprueban, especialmente mi padre, esa cosa del fuego, la sangre y la muerte de los Varinski. Dice que tenemos que controlarnos -la amargura de Warlord era marcada y furiosa-. El control es una mierda. Me gusta la sangre, el fuego y la muerte. No puedo luchar contra mi naturaleza.
Inténtalo. Por la gloria de Cristo, inténtalo.
-¿El pacto puede romperse?
Warlord se encogió de hombros.
-Se ha mantenido por miles de años. Imagino que se mantendrá por otros miles más.
La cabeza de Magnus daba vueltas, y el arroz y el cordero que había comido en la cena guerreaban contra el whisky escocés.
-Pero no eres como los Varinski que he conocido. ¿Seguro que eres uno de ellos?
-Quiero que convenzas a los hombres de que no tiene por qué preocuparse. Puedo mantenerlos a salvo de cualquier refuerzo que los militares hayan enviado -Warlord depositó su rifle en el suelo. Se quitó las botas, dejó a un lado su abrigo y su camisa. Se desató el cinturón, bajó sus pantalones y se puso en pie, dejando que el débil resplandor de la luna lo bañara.
En aquellas largas noches de invierno cuando las putas visitaban el campamento, Magnus había visto a Warlord desnudo y en acción. Era sólo un hombre, un chaval que hacía de la lucha su vida. Pero ahora, por los bordes, su silueta se volvía algo menos…definida.
Magnus elevó la botella hasta su boca. Su mano temblaba, y la boquilla de cristal tintineaba contra sus dientes.
-Voy a cazar…y matar -los huesos de Warlord de deshicieron y se reconstruyeron. Su largo pelo negro se expandió, apareciendo en su cuello, su espalda y su vientre, bajando por sus piernas. Su rostro cambió, tornándose cruelmente felina. Su columna vertebral cambió de forma; cayó a cuatro patas. Sus orejas…y su nariz…sus manos…y sus dientes…
Magnus pestañeó de nuevo.
Una lustrosa y grande pantera del color del ébano se erguía ante él con blancos, afiladas garras y dientes, y un pelaje tan negro como una sombra. Y sus ojos…
Magnus se encontró a sí mismo retrocediendo, gritando y gritando, mientras el gran depredador felino acechaba a sus espaldas, sus patas sin emitir ningún sonido, los familiares ojos negros de Warlord fijados en su presa… en Magnus.
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