-Es sólo una pequeña cena.
-Uh-huh-de pie, Greg Hewitt cogió el auricular del teléfono en la curva entre su cuello y el hombro, manteniéndolo con su barbilla mientras comenzaba a limpiar su escritorio para preparar su marcha de la oficina.
La voz de Anne había adquirido un tono persuasivo, lo que era -siempre- una mala señal. Suspirando interiormente, agitó su cabeza mientras su hermana parloteaba; contándole lo que había preparado para la comida y demás, todo un esfuerzo para convencerlo de que asistiera. Se percató de que ella no estaba mencionando quién más iba a estar en esa pequeña cena, pero sospechaba saberlo de antemano. Greg no tenía duda de que serían Anne, su marido John, y otra amiga soltera que esperaba que se quedara colgada de su -aún soltero- hermano mayor.
-¿Entonces?
Greg se detuvo y cogió el teléfono con la mano. Obviamente había olvidado algo.
-Lo siento, ¿qué decías?
-Entonces, ¿a qué hora puedes estar aquí mañana?
-No iré -antes de que ella pudiera quejarse, añadió rápidamente-: No puedo. Mañana estaré fuera del país.
-¿Qué? -hubo una pausa, seguida de desconfianza-. ¿Por qué? ¿A dónde vas a ir?
-México. Voy de vacaciones. Es por eso que te llamé en primer lugar. Salgo en el primer vuelo de la mañana hacia Cancún-sabiendo que acababa de dejarla desconcertada, Greg permitió que una sonrisa se formara en sus labios, a la vez que hacía malabarismos con el teléfono para ponerse el traje que había descartado anteriormente.
-¿México? -repitió Anne después de una larga pausa-. ¿Vacaciones?
Greg no pudo decidir si su desconcierto era de diversión o sólo un triste comentario más en su vida hasta la fecha. Esas eran las primeras vacaciones que se había tomado desde que había comenzado las prácticas de psicología hacía ocho años. De hecho, no había ido de vacaciones desde que entró a la universidad. Era el típico hombre adicto al trabajo, impulsado a lograr el éxito y dispuesto a emplear horas y horas en ello. No dejaba mucho tiempo para la vida social. Hacía mucho que necesitaba esas vacaciones.
-Escucha, necesito irme. Te enviaré una postal desde México. Adiós -Greg colgó antes de que ella pudiera decir algo que lo detuviera, cogió su maletín y, rápidamente, escapó de su oficina.
No se sorprendió al escuchar el teléfono sonando justo cuando cerró la puerta, Anne era del tipo persistente. Con una pequeña sonrisa, lo ignoró y se metió las llaves en el bolsillo mientras descendía al vestíbulo para coger el ascensor.
El doctor Gregory Hewitt estaba ahora oficialmente de vacaciones, y el saberlo lo relajaba cada vez más a medida que se alejaba de la oficina. De hecho, estaba silbando suavemente mientras se montaba en el ascensor y se giraba para pulsar el botón que marcaba el 3. El silbido murió, sin embargo, y Greg alcanzó instintivamente el panel de controles, sus ojos buscando el botón que mantenía las puertas abiertas, cuando se dio cuenta de que una mujer se apresuraba a través de las puertas del ascensor. No habría necesitado preocuparse; fue rápida de pies y se las arregló para deslizarse entre ellas justo cuando cerraron.
Greg permitió que su mano dejara el botón del panel y se apartó un paso educadamente para que ella pudiera elegir la planta que quisiera. Le lanzó una curiosa mirada cuando se puso delante de él, ociosamente, preguntándose de dónde habría salido la mujer. El vestíbulo había estado vacío cuando lo atravesó, y no había escuchado ninguna puerta abrirse o cerrarse, pero entonces se había distraído con pensamientos sobre sus próximas vacaciones. Había varias oficinas en la planta además de la suya, y podría ser de cualquiera de ellas; pero estaba seguro de no haberla visto nunca antes.
Greg apenas había vislumbrado su rostro cuando se montó en el ascensor, y gran parte de sus rasgos eran una vaga imagen borrosa en su memoria, pero sus ojos eran de un atrayente azul plateado. Inusuales y bonitos, serían el resultado de lentes de contacto de color, pensó, e inmediatamente perdió el interés en ella. Greg podía apreciar a las mujeres hermosas, y no tenía problema en sacar lo mejor de su apariencia, pero cuando llegaban a ese nivel de artificio para atraer la atención, tendía a darles la espalda.
Expulsándola de sus pensamientos, se relajó contra la pared del ascensor, su mente inmediatamente regresó a su viaje. Había planeado gran cantidad de excursiones; nunca había estado en un lugar como México antes y quería disfrutar de todo lo que hubiera para hacer. En las abarrotadas playas, él esperaba hacer parasailing, submarinismo y, tal vez, ir en alguno de esos viajes en barco en los que se alimentaba a delfines.
También quería ir al Museo Casa Maya, un parque ecológico con una reproducción de cómo los Mayas vivían siglos atrás y senderos por donde se podían ver los animales del lugar. Después estaba la vida nocturna. Si tenía energía después de esos activos días, Greg asaltaría las salas de baile como Coco Bongo o el Bulldog café, donde la gente medio desnuda danzaba con música obscena.
El alegre ding del ascensor expulsó los pensamientos de mujeres bailando medio desnudas, mientras ponía su atención sobre el panel de las puertas. El P3 se iluminó. Planta 3 de parking. Su planta.
Saludando educadamente a su compañera, salió del ascensor y comenzó a andar a través del gran garaje casi vacío. Con mujeres medio desnudas aún bailando en la periferia de su mente, a Greg le tomó un minuto percatarse del sonido de pasos detrás de él. Echó una rápida mirada sobre su hombro para ver de quién se trataba, y entonces dejó de preocuparse.
En concreto, el sonido era el tap tap de unos tacones; secos y rápidos, resonando en el espacio vacío. La mujer obviamente había aparcado también en esa planta. Su mirada se movió ausente sobre el espacio vacío en donde se suponía que debía estar su coche. Pero se quedó fija en una de las columnas al pasar junto a ella. Las grandes letras negras de P1 pintadas, lo confundieron. Los niveles del parking 1 y 2 estaban reservados a visitantes de las distintas oficinas de negocios del edificio. Él había aparcado en la P3 y estaba seguro de que el panel de luces del ascensor había mostrado P3 cuando miró… pero aparentemente se había equivocado. Se detuvo y comenzó a volver por donde había venido.
Esta es la planta correcta. Allí está aparcado el coche.
-Sí, por supuesto-murmuró Greg, y continuó. Caminó a grandes zancadas hacia el solitario vehículo.
No fue hasta que abrió el maletero que un pensamiento irrumpió en su mente, dándose cuenta de que el pequeño deportivo rojo no era suyo. Él conducía un BMW azul oscuro. Pero tan pronto como ese pensamiento-con su respectiva alarma- se reafirmó en su mente, se esfumó como la niebla bajo el efecto de la brisa.
Relajándose, Greg colocó su maletín en el maletero, se montó en él, se las apañó para meterse en ese pequeño espacio, y cerró la puerta.
-Uh-huh-de pie, Greg Hewitt cogió el auricular del teléfono en la curva entre su cuello y el hombro, manteniéndolo con su barbilla mientras comenzaba a limpiar su escritorio para preparar su marcha de la oficina.
La voz de Anne había adquirido un tono persuasivo, lo que era -siempre- una mala señal. Suspirando interiormente, agitó su cabeza mientras su hermana parloteaba; contándole lo que había preparado para la comida y demás, todo un esfuerzo para convencerlo de que asistiera. Se percató de que ella no estaba mencionando quién más iba a estar en esa pequeña cena, pero sospechaba saberlo de antemano. Greg no tenía duda de que serían Anne, su marido John, y otra amiga soltera que esperaba que se quedara colgada de su -aún soltero- hermano mayor.
-¿Entonces?
Greg se detuvo y cogió el teléfono con la mano. Obviamente había olvidado algo.
-Lo siento, ¿qué decías?
-Entonces, ¿a qué hora puedes estar aquí mañana?
-No iré -antes de que ella pudiera quejarse, añadió rápidamente-: No puedo. Mañana estaré fuera del país.
-¿Qué? -hubo una pausa, seguida de desconfianza-. ¿Por qué? ¿A dónde vas a ir?
-México. Voy de vacaciones. Es por eso que te llamé en primer lugar. Salgo en el primer vuelo de la mañana hacia Cancún-sabiendo que acababa de dejarla desconcertada, Greg permitió que una sonrisa se formara en sus labios, a la vez que hacía malabarismos con el teléfono para ponerse el traje que había descartado anteriormente.
-¿México? -repitió Anne después de una larga pausa-. ¿Vacaciones?
Greg no pudo decidir si su desconcierto era de diversión o sólo un triste comentario más en su vida hasta la fecha. Esas eran las primeras vacaciones que se había tomado desde que había comenzado las prácticas de psicología hacía ocho años. De hecho, no había ido de vacaciones desde que entró a la universidad. Era el típico hombre adicto al trabajo, impulsado a lograr el éxito y dispuesto a emplear horas y horas en ello. No dejaba mucho tiempo para la vida social. Hacía mucho que necesitaba esas vacaciones.
-Escucha, necesito irme. Te enviaré una postal desde México. Adiós -Greg colgó antes de que ella pudiera decir algo que lo detuviera, cogió su maletín y, rápidamente, escapó de su oficina.
No se sorprendió al escuchar el teléfono sonando justo cuando cerró la puerta, Anne era del tipo persistente. Con una pequeña sonrisa, lo ignoró y se metió las llaves en el bolsillo mientras descendía al vestíbulo para coger el ascensor.
El doctor Gregory Hewitt estaba ahora oficialmente de vacaciones, y el saberlo lo relajaba cada vez más a medida que se alejaba de la oficina. De hecho, estaba silbando suavemente mientras se montaba en el ascensor y se giraba para pulsar el botón que marcaba el 3. El silbido murió, sin embargo, y Greg alcanzó instintivamente el panel de controles, sus ojos buscando el botón que mantenía las puertas abiertas, cuando se dio cuenta de que una mujer se apresuraba a través de las puertas del ascensor. No habría necesitado preocuparse; fue rápida de pies y se las arregló para deslizarse entre ellas justo cuando cerraron.
Greg permitió que su mano dejara el botón del panel y se apartó un paso educadamente para que ella pudiera elegir la planta que quisiera. Le lanzó una curiosa mirada cuando se puso delante de él, ociosamente, preguntándose de dónde habría salido la mujer. El vestíbulo había estado vacío cuando lo atravesó, y no había escuchado ninguna puerta abrirse o cerrarse, pero entonces se había distraído con pensamientos sobre sus próximas vacaciones. Había varias oficinas en la planta además de la suya, y podría ser de cualquiera de ellas; pero estaba seguro de no haberla visto nunca antes.
Greg apenas había vislumbrado su rostro cuando se montó en el ascensor, y gran parte de sus rasgos eran una vaga imagen borrosa en su memoria, pero sus ojos eran de un atrayente azul plateado. Inusuales y bonitos, serían el resultado de lentes de contacto de color, pensó, e inmediatamente perdió el interés en ella. Greg podía apreciar a las mujeres hermosas, y no tenía problema en sacar lo mejor de su apariencia, pero cuando llegaban a ese nivel de artificio para atraer la atención, tendía a darles la espalda.
Expulsándola de sus pensamientos, se relajó contra la pared del ascensor, su mente inmediatamente regresó a su viaje. Había planeado gran cantidad de excursiones; nunca había estado en un lugar como México antes y quería disfrutar de todo lo que hubiera para hacer. En las abarrotadas playas, él esperaba hacer parasailing, submarinismo y, tal vez, ir en alguno de esos viajes en barco en los que se alimentaba a delfines.
También quería ir al Museo Casa Maya, un parque ecológico con una reproducción de cómo los Mayas vivían siglos atrás y senderos por donde se podían ver los animales del lugar. Después estaba la vida nocturna. Si tenía energía después de esos activos días, Greg asaltaría las salas de baile como Coco Bongo o el Bulldog café, donde la gente medio desnuda danzaba con música obscena.
El alegre ding del ascensor expulsó los pensamientos de mujeres bailando medio desnudas, mientras ponía su atención sobre el panel de las puertas. El P3 se iluminó. Planta 3 de parking. Su planta.
Saludando educadamente a su compañera, salió del ascensor y comenzó a andar a través del gran garaje casi vacío. Con mujeres medio desnudas aún bailando en la periferia de su mente, a Greg le tomó un minuto percatarse del sonido de pasos detrás de él. Echó una rápida mirada sobre su hombro para ver de quién se trataba, y entonces dejó de preocuparse.
En concreto, el sonido era el tap tap de unos tacones; secos y rápidos, resonando en el espacio vacío. La mujer obviamente había aparcado también en esa planta. Su mirada se movió ausente sobre el espacio vacío en donde se suponía que debía estar su coche. Pero se quedó fija en una de las columnas al pasar junto a ella. Las grandes letras negras de P1 pintadas, lo confundieron. Los niveles del parking 1 y 2 estaban reservados a visitantes de las distintas oficinas de negocios del edificio. Él había aparcado en la P3 y estaba seguro de que el panel de luces del ascensor había mostrado P3 cuando miró… pero aparentemente se había equivocado. Se detuvo y comenzó a volver por donde había venido.
Esta es la planta correcta. Allí está aparcado el coche.
-Sí, por supuesto-murmuró Greg, y continuó. Caminó a grandes zancadas hacia el solitario vehículo.
No fue hasta que abrió el maletero que un pensamiento irrumpió en su mente, dándose cuenta de que el pequeño deportivo rojo no era suyo. Él conducía un BMW azul oscuro. Pero tan pronto como ese pensamiento-con su respectiva alarma- se reafirmó en su mente, se esfumó como la niebla bajo el efecto de la brisa.
Relajándose, Greg colocó su maletín en el maletero, se montó en él, se las apañó para meterse en ese pequeño espacio, y cerró la puerta.
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