jueves, 1 de julio de 2010

Entre las llamas - Primer Capítulo

Capítulo 1

Primavera, hace casi tres años en Brown University, Providence, Rhode Island

En su habitación de la residencia de estudiantes, Firebird Wilder se sentaba con una pluma en su mano, haciendo caso omiso de la estampida de estudiantes alborozados fuera de su puerta abierta, y mirando fijamente la tarjeta del Día del Padre sobre su escritorio.
¿Adivina qué hemos hecho?
Demasiado tímido.
¡Sorpresa!
Demasiado frívolo.
Estamos en esto juntos.
Demasiado amigable.
Al final, cogió el resultante palo de plástico azul, lo puso en la tarjeta, lo metió en el sobre, y lo cerró sin escribir una palabra sola. No había ninguna palabra para explicar… eso.
-¡Hey, Firebird!- Jacob Pilcher asomó su cabeza por su puerta abierta. -¿Qué estás haciendo sentada ahí. Se está terminado. ¡Divirtámonos!-
Se río de él, el estudiante de honor que llevaba su gorra de béisbol de lado, una camiseta que proclamaba, Cuidado, Contenido bajo Presión, y una abierta sonrisa absurda.
-Estoy esperando a Douglas.-
-Ohh. El maravilloso poli del campus.- Jacob movió sus dedos como un mago y apenas mantuvo el filo del sarcasmo de su voz. -¿Te llevará a Bruno’s?-
Ella dejó el sobre en su bolso.
-Ese es el plan.-
-De acuerdo. Está bien. Él es guay. Jacob le mostró los pulgares en alto. -¿Pero supongo que eso quiere decir que no vas a beber, ¿no?-
-No iba a beber de todos modos. Tengo veinte.-
-Lo sé, lo sé, pero hay maneras de arreglarlo-
Los gritos masculinos resonaron por el corredor. -¡Vamos, hombre!- -¡Nos vamos a ir sin ti, hombre!-
-¡Ya voy! - Jacob la saludó. -¡Te veré allí!- Todavía se quedó, mirándola. -Estás preciosa.- Sin esperar a que ella le agradeciera, giró y bajó corriendo hacia el hall. -Espera. ¡Espera, estúpido!-
Jacob era un crío agradable. Un crío, aunque era un año mayor que ella, y había estado enamorado de ella desde que se mudó a la residencia de estudiantes como ayudante de los estudiantes residentes. Se había sentido machacado cuando ella conoció a Douglas, pero había seguido sonriendo, y ahora se estaba marchando.
Todos se estaban despidiendo. Era el final de los finales.
Fue hacia el espejo y sonrío.
Su rubor era de un espléndido dorado, su rímmel era negro, su pelo rubio estaba enroscado y sujeto con un broche en la parte posterior de su cabeza, pero Jacob tenía razón, se veía preciosa. Ni siquiera los polvos de su polvera evitaban el brillo que la iluminaba desde dentro.
-Estás preciosa, como siempre- dijo una voz desde la puerta.
Se giró con una sonrisa.
-Douglas. ¡Llegaste temprano!-
-No podía resistirme-. Entró, con el pelo rubio desordenado por la brisa, sosteniendo un ramo de flores rojas y amarillas en una mano y un perro de peluche dorado en la otra.
Ella corrió hacia él.
Dejó caer al perro y la envolvió en un abrazo.
Inclinando su cabeza contra su hombro, cerró los ojos. Estaba tibio y fuerte, firme y musculoso. Para ella, todo sobre él significaba seguridad y amor, del tipo eterno, como el que sus padres tenían. Lágrimas inesperadas llenaron sus ojos, y lo abrazó más fuerte, esperando que no se diera cuenta.
Por supuesto lo hizo. Douglas notaba todo. La separó un poco de él.
-Hey, ¿qué pasa? ¿Algo salió mal con tus finales?-
Suspiró. Notaba todo, pero siempre no era perspicaz.
-Todo fue genial, y, lo mejor de todo, ya terminaron.-
Echó un vistazo a la puerta.
-¿Ese tipo, Jacob, te molestó?-
-¡Francamente no! Sólo soy feliz.-
Douglas atrapó una de sus lágrimas con su pulgar.
-Tienes una manera graciosa de demostrarlo.-
Douglas nunca hablaba de sí mismo o de su pasado, y hasta ahora, Firebird lo había dejado seguir eludiendo sus preguntas, porque algo había puesto demasiado cinismo en sus ojos oscuros.
Otra cosa, ella, le había traído alegría, y cuando ella se encontró con su mirada, se quedó anonadada por la expresión de felicidad de su cara, no quería perturbar esa armonía.
Algún día lo convencería para que le contara su historia. Ahora mismo, sólo podían estar enamorados.
-Te traje flores.- La dejó ir y le pasó el ramo de claveles rojos y rosas amarillas. Inclinándose, recogió el perro y se lo ofreció. -Y un amigo mimoso. Y felicitaciones, mi querida, en cinco semanas, caminarás por el escenario y recibirás tu diploma.-
-Gracias.- Sonrió abiertamente, deleitada y aliviada de haber terminado con los finales, con la presión de terminar una carrera de cuatro años en tres y terminar la primera de su clase.
-Gracias.- Olió las flores, no eran muchas, solamente un puñado, pero para un poli del campus el sueldo no era gran cosa.
-Son encantadoras. ¡Recordaste la clase de flores que me gustan!-
-Recuerdo todo sobre ti.- Mirándola atentamente, la observó llenar un vaso con agua y organizar las flores sobre su escritorio. -Podría encontrarte en medio de una multitud en un casino repleto de Las Vegas.-
Ella sonrió sin creer en sus palabras en lo más mínimo.
-Déjame ver a este tipo ahora.- Levantó el peluche con los brazos estirados y lo miró fijamente con sorpresa. -Pensaba que era un perro, ¡pero es un gato!-
-¿Un perro? No te daría a un perro.- Douglas parecía excesivamente ofendido. -Es un puma.-
-Es cierto. Lo es.- Un puma grande, peludo y flexible con un vientre blanco y ojos de vidrio oscuros que miraban directamente a su alma.
Envolviendo sus brazos alrededor del animal, lo abrazó y enterró su cara en la piel de felpa. Olía igual que Douglas: al champú y spray de almidonar que le gustaba, a las flores que había llevado, y a la rica e intoxicante esencia de su primer y único amante.
-Esta dulzura dormirá en mi cama conmigo.-
-Ahí es exactamente donde quiere estar.- Douglas la miró con esa expresión que le decía que la consideraba un milagro.
Era por eso que había sucumbido a su seducción. Para los Wilder siempre había sido un milagro, la primera mujer nacida en la familia en mil años. Pero era una niña lista.
Su padre y madre habían inmigrado a los Estados Unidos, huyendo de su familia, conocidos como los Varinskis. Su padre había sido su jefe, y no sabía qué había hecho para ganar ese honor, pero no importaba cuantos crímenes hubiera planeado, aprobado, y cometido, se arrepentía de ellos ahora. Y sin importar dónde estuviera, en la vieja casa Varinski en Ucrania o en su viña en Washington, todavía tenía la habilidad cambiar, transformarse en un lobo.
Eso era un milagro.
Había pasado sus habilidades a sus hijos.
Al igual que su padre, su hermano mayor, Jasha, corría en los bosques como un lobo. Su segundo hermano, Rurik, volaba por el aire como un halcón. Su tercer hermano, Adrik, había desaparecido cuando tenía diecisiete, pero había sido salvaje y rebelde, una pantera negra que cazaba a su presa sin remordimiento.
Todos esos también eran milagros.
Era inteligente, trabajaba mucho, pero no había heredado ni una pequeña parte de esas habilidades sobrenaturales. El resto del mundo la consideraba muy normal, y ella también lo hacia.
Pero Douglas Black, un poli del campus, un tipo a quien había conocido hacía cuatro meses… la hacía sentir especial.
Dejó caer al puma y volvió a los brazos de Douglas. Puso todo su corazón, todo su amor, en el beso que le dio, y lo giró hacia la cama.
El se apuntaló para evitar que lo moviera.
-No. Esta es tu noche para celebrar.-
Se frotó contra él.
-Quiero celebrarlo a mi manera.-
-Tú quieres celebrarlo con tus amigos, con las personas a quienes viste todos los días en clase.-
Nunca le molestó no ser parte del grupo. Permanecía de pie separado, amigable, pero observando, siempre observando.
-Tus amigos están en Bruno’s.-
-No puedo beber. No tengo edad para hacerlo. Y estoy saliendo con un poli del campus así que no es como si pudiera falsificar un documento de identidad.-
-Prometo no detenerte mientras te mantengas en bebidas suaves.- Apoyó su frente en la suya. -Te contaré un secreto.-
-¿Sí?-
-Tengo la misma edad tú.-
Se echó para atrás.
-Estás bromeando. ¿Cómo conseguiste el trabajo?-
-Tengo una identificación falsa.- No sonrío, pero sus ojos brillaron.
-Estás bromeando.- ¿Hablaba en serio?
-No. Pero no se lo digas a nadie o perderé mi trabajo.- La soltó y fue al ropero. -Venga. Vámonos.-
Sujetó su chaqueta para que se la pusiera. -Dijiste que habías sido poli durante cuatro años.-
-Correcto.-
-¿Desde que tenías dieciséis? Eso es imposible.- ¿Se había graduado siquiera en secundaria?.
-Soy bueno en lo que hago así que los departamentos de policía hacen caso omiso de las discrepancias en mi experiencia laboral.-
-¿Qué haces que es tan especial?-
-Rastreo gente. Encuentro criminales. Encuentro desaparecidos.-
Lo miró fijamente, incómoda por primera vez desde que lo había conocido.
-¿Cómo?-
Se encogió de hombros.
-Es un don. ¿Estás lista?-
-Déjame coger mi cartera.- Con la tarjeta dentro.
Salieron a la tarde de mayo.
El campus era viejo y encantador, suavizado por el tiempo y el uso. Árboles enormes bordeaban los caminos, sus hojas nuevas, el césped brillante. La primavera había causado un estallido de flores a lo largo de los senderos, y atraído a los amantes a caminar de la mano. Nadie notó cuándo Douglas llevó su mano a su boca y besó sus dedos.
-Rastrear parece un talento verdaderamente raro,- dijo ella. El tipo del talento que había lanzado a los Varinskis sobre su sendero hacia la infamia y la riqueza.
-Crecí en circunstancias muy turbulentas. Pasé mucho tiempo en la calle.- Su boca se torció en una mueca. -Puedo hacer contactos que la mayoría de los polis no pueden ni siquiera imaginar.-
Firebird aspiró profundo.
Por fin, una vislumbre de su pasado.
-¿Supongo que tus padres eran pobres?- preguntó.
- “Pobres” no empieza a describirlos.- La llevó rodeando un grupo de cuatro estudiantes que estaban en el camino cantando una ópera desenfadada en italiano. Inclinó la cabeza hacia ellos. -Esto no es algo que se vea normalmente en un campus universitario.-
Pero no iba a distraerla.
-¿Por qué no te gusta hablar de tus padres?-
-Mis padres no eran personas afables. Preferiría hablar de tu familia. Cuando hablas de ellos, tu cara se ilumina. Él le pasó el brazo por los hombros. -Te gustan. ¿Sabes qué infrecuente es eso?-
-No lo es. A muchas personas les gustan sus familias.-
-A muchas personas no.- Los dirigió hacia el bar y parrilla de Bruno. -Te compraré un filete.-
Le había dado una pista de su pasado, y luego ofrecido un filete como distracción. No lo lograría. No lo dejaría tener éxito. Paró en medio de la acera. Lo miró y le cogió de las manos.
-Solamente tienes veinte años. ¿Cómo puede ser tu pasado tan vergonzoso como para que no puedas hablar de él?-
-No es vergonzoso. Pero no es un tema para aquí y ahora. Él hizo un gesto hacia los estudiantes que se dirigían gritando y riendo a Bruno’s.
-Entonces hablaremos de eso después.
Miró sus manos unidas, luego a su cara.
-Esta noche, te lo contaré todo. Sólo espero que tú…- Se detuvo, su cara se torció recordando el dolor.
-¿Que yo qué?-
-A veces desearía haber comenzado esto nunca.-
Alarmada, echó un vistazo al círculo de estudiantes que se acercaban, luego de regreso a Douglas. -¿De qué estás hablando?-
Los estudiantes los rodearon. Sus amigos, alborozados, exhaustos, celebrando.
-Hey, Firebird, ¡lo hicimos!-
-Hey, Doug, ¡divirtámonos!-
Empujaron a Douglas y a Firebird, empujándolos a lo largo del sendero, separándolos. Firebird se río y habló con ellos, pero retuvo a Douglas a la vista, y él la miró. La miró como si realmente fuera un milagro.
La detuvo cuando entraron a Bruno’s.
-Esta noche hablaremos. ¿De acuerdo?-
-Está bien.- Recordó la tarjeta en su bolso. -Definitivamente está bien.-
El sitio estaba repleto, una destilación del júbilo que subyugaba al campus. Douglas la retuvo a su lado, trató de pedirle un filete, ella prefirió una hamburguesa, y la mantuvo con tantas botellas del agua como quería. La mitad de los tipos en la barra trataron de darle a escondidas una cerveza, y se alegró de poder usar a Douglas como una justificación para decir que no.
Estaba posando para una fotografía con tres de sus mejores amigos cuando dos tipos, demasiado borrachos para caminar, empezaron a pelearse. La pelea se extendió de la misma manera que un incendio arrasador, y Douglas se metió en el centro, pidiendo a gritos la tranquilidad, separando a los combatientes, realizando los arrestos. Cuando la policía y los paramédicos llegaron, había impresionado a Firebird con su paciencia y su fuerza.
Se abrió camino hacia ella.
-Tengo que me quedar aquí y ayudar a limpiar. Espérame.-
-No puedo. Estoy agotada.- Estos días, se cansaba muy rápidamente. -Iré a casa caminando con las chicas.-
Miró el desorden en la barra.
-¿Te quedarás con tus amigas? ¿Tendrás cuidado?-
-Seré muy cuidadosa. ¿Me visitarás después?-
-No sé si podré. Va a ser una noche salvaje.-
-Entonces te veré por la mañana. Y hablaremos.-
-Sí. Por la mañana, hablaremos.-
Las otras chicas vivían en un apartamento a cinco minutos de la residencia de estudiantes de Firebird. Meghan tenía helado Blue Bell que su madre le había enviado de Texas. Así que por supuesto Firebird tuvo que pasar por un tazón de vainilla casera con salsa de chocolate y algún chisme rápido, y para cuando se les fue el optimismo y se pusieron a reflexionar en silencio sobre que sus años de estudiar juntos ya habían terminado, era la una a.m. y Firebird pensó que era mejor que regresara a la residencia de estudiantes o se quedaría dormida en su silla.
El camino principal del campus todavía estaba salpicado con estudiantes celebrando, pero las multitudes se estaban reduciendo rápido, y cuando se desvió hacia su residencia de estudiantes, se puso más oscuro, más silencioso.
No le importó. Douglas le había dicho que el campus no era seguro, pero su padre le había enseñado a protegerse, a tener cuidado, ser consciente. Sabía todas esas cosas, y ahora mismo, la entusiasmaba estar sola.
La tarde no había resultado como había esperado. No del todo. Douglas había insinuado su pasado, había prometido contárselo, y el trabajo se había entrometido. Y le había hecho prometer que hablarían por la mañana, pero había visto la mirada en su cara, no quería hacerlo.
¿Qué secretos escondía? Solamente tenía veinte años. Era policía. ¿Cómo de malo podía ser su pasado?
Mientras caminaba por el sendero bordeado de árboles, al principio no notó los sonidos detrás de ella. Había estado atenta a los pasos, no a al crujido de hojas y el chirriar de ramas. Pero en cuanto los escuchó, supo qué presagiaban.
Alguien la estaba acechando, se deslizaba hacia adelante a través de los árboles, y quien fuera, no era del todo humano.
Un Varinski.
De algún modo, un Varinski la había encontrado.
No miró alrededor, no dio muestras de haberse dado cuenta de que la estaban siguiendo. Su corazón latió con fuerza, su piel se ruborizó, pero siguió caminando con un paso regular.
No corras pequeña Firebird, escuchó la voz de Konstantine resonando en su cabeza. La huida despierta el impulso de un cazador de correr, y tú no puedes correr más que un lobo o una pantera. Tú no puedes volar como un halcón. Pero puedes burlarlos, y puedes pelear mejor que ellos.
Mientras el Varinski se movía de árbol en árbol, escuchó los sonidos, tratando de darse cuenta qué clase de criatura la estaba siguiendo. Un ave de rapiña, quizás, o un fenomenal gato saltando entre las ramas.
Su residencia de estudiantes ya estaba a la vista. Había luces en aproximadamente la mitad de las ventanas. Las personas estaban despiertas y cerca. Podía gritar por ayuda.
Pero entonces alguien saldría lastimado.
Abrió su bolso, sacó su teléfono celular, y pensó en llamar a Douglas. Quería hacerlo, pero entonces, él no estaría contento de descubrir que estaba caminando sola, y si acercaba su teléfono a su oreja, eso podría forzar al acosador a atacar.
¿Cómo la había ubicado? ¿Qué quería?
Cuando se acercó más a la residencia de estudiantes, el sonido tras ella se hizo más pronunciado. Buscó sus llaves y las enhebró entre sus dedos para que una llave resaltara entre cada nudillo. Abrió su teléfono y marcó nueve , uno, y antes de que pudiera marcar la última tecla, la puerta de la residencia se abrió de golpe. Ocho tipos salieron precipitadamente, Jacob en el medio, llevaban nada más que gorras de béisbol, pintura corporal, y zapatillas para correr. Ulularon mientras la pasaron. Estrechó efusivamente su puño para demostrar su aprobación, y se metió dentro antes de que la puerta pudiera cerrarse.
Entonces corrió. Corrió por el hall y hasta arriba de las escaleras a su dormitorio. No encendió la luz, pero se deslizó junto a la ventana. Tuvo mucho cuidado de quedar escondida por las sombras.
Allí estaba, agazapado en un roble gigante, un gigantesco gato dorado que se estiraba a lo largo de una rama. La luz de la luna se filtraba a través de las hojas y recogía el orgullo uniforme de su pelaje, e incluso desde aquí podía ver sus ojos oscuros mirando hacia su ventana, y su cola se sacudió despacio, como si la pérdida de su presa lo hubiera molestado.
¿Qué pensaba hacerle? Éste era un bribón Varinski, ¿se invitaría a sí mismo con paso majestuoso a matar la hija de Konstantine Wilder? ¿O los Varinskis tenían planeado raptarla y mantenerla prisionera como un peón en su conspiración para destruir a su familia?
Tenía que irse. Tenía que partir. No podía esperar hasta la ceremonia de entrega de diplomas; tenía que irse inmediatamente, y no podía decirle a Douglas por qué.
Nunca creería esto.
-Oh, mi amor. ¿Qué había estado pensando involucrándose con un tipo normal? Él no podría aceptar el pacto con el diablo y los talentos especiales de su familia. ¿Cómo podría? Era algo totalmente demente.
Peor, como su compañero, estaría en el peligro, el mismo tipo de peligro que la acosaba.
Pero… Acarició la protuberancia infinitesimal de su estómago. No tenía elección. Tendría que intentarlo. Este bebé se merecía a un padre, y Douglas se merecía a su hijo.
Fuera de la ventana, el gigantesco gato se movió por fin. Se puso de pie y se estiró, saltó luego lejos del árbol.
Pudo darle una buena mirada por primera vez.
Un puma. Era un puma.
Frunció el ceño. Su corazón dejó de latir. Miró hacia la cama donde el grande y blando peluche estaba tendido repantigado.
¿Un puma?
Cuando el gato empezó a cambiar, su corazón saltó.
Las garras se retrajeron. Los huesos se adaptaron a las nuevas formas: las garras se hicieron manos, las piernas traseras se alargaron y se suavizaron, los hombros se hicieron más anchos, el pelo se retiró a la cabeza, el pecho y los genitales.
La cara cambiaba, también, convirtiéndose en la cara de un hombre, la cara de un hombre familiar… La cara del hombre a quien amaba.
Miró fijamente. Miró fijamente tan fuerte que sus ojos le dolían.
Douglas. Douglas era un Varinski.
Había venido a Brown, le había pedido de salir, la había adulado, la había seducido, la había hecho confiar en él, había conseguido que ella confiara en él…. En un espasmo breve de vergüenza, se tapó los ojos con sus manos.
Le había dicho que era de Washington. Le había dicho que tenía tres hermanos, que fabricaban vinos, que su padre cultivaba las uvas y su madre gobernaba la familia.
¿Le había dicho el nombre de su pueblo?
No.
¿Le había dado algo que le permitiera localizarlo con toda precisión?
No.
No. Por favor, no.
Estaba de pie ahí, desnudo a la luz de la luna, un tatuaje que se veía como grandes marcas de garras que rasgaban la piel sobre su lado izquierdo.
No había visto eso antes. Había tenido gran cuidado de no quitarse su camisa a la luz.
Tipo listo, porque eso con seguridad la habría puesto sobre aviso. Sus hermanos tenían tatuajes que eran así de vívidos, así de distintivos, y habían aparecido naturalmente la primera vez que se convirtieron en bestias.
Había ocultado su desnudez de forma totalmente deliberada, bien, ¿por qué debería ser consciente de su identidad? Aparentemente, la mitad de los tipos del campus estaban pasando rápidamente por allí. Douglas giró y comenzó a andar a zancadas.
De forma virulenta, ella esperó que estuviera contento consigo mismo. Porque se las había arreglado para ponerla en posición horizontal, pero no la había atrapado. No la había matado.
Y no le iba a dar la oportunidad de intentarlo.
Yendo a la cama, recogió el suave puma de felpa del mismo modo. Sus ojos oscuros e intensos se burlaron de ella cuando salió al hall y lo arrojó al tobogán de la basura. Pero ella tuvo la última risa, dejó caer la maldita cosa por el agujero hasta el contenedor exterior.
Salió de su habitación, llamó a una aerolínea y reservó el primer vuelo que saliera fuera de la ciudad hacia la Costa Oeste. Iba a Los Ángeles, pero eso estaba bien. Podía detenerse ahí, tratar de decidir cuánto decirle a su familia, dirigirse luego a Napa a la bodega de Jasha, y desde allí a Washington.
Amontonó sus ropa, dejando la mayor parte de sus cosas,la mayoría estaba desgastada de todos modos.
Dejó la residencia de estudiantes, caminando hacia la parada del autobús, y mientras caminaba, buscó en su bolso, sacó el sobre con la tarjeta de Día del Padre y la varilla de plástico con las rayas azules delatoras, y la lanzó a la basura.
No importaba cuan duro lo intentara, nunca podía olvidar a Douglas Black.
Le había dado un recuerdo que duraría para siempre.

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