La noche en la que todo comenzó
-Quiero que me cubras las espaldas-Konstantine le pasó a su hermano la botella y señaló hacia el campamento del valle que había abajo-. Voy a coger a la chica Gitana.
-Se supone que no debemos molestar a los Gitanos-Oleg tomó un largo trago de vodka-. ¿Recuerdas? Está escrito. Cualquier mujer es nuestra para follar, excepto esas Romaníes.
Konstantine mostró sus blancos y afilados dientes en lo que pasó por una sonrisa.
-Me pregunto por qué-la familia Varinski no tenía reglas. Casi ninguna regla. Podían hacer lo que quisieran-secuestrar, robar, torturar, asesinar-y nadie podría pararlos.
Pero existía una antigua ley.
No podían tocar a una mujer gitana.
-Los Gitanos son asquerosos-Oleg escupió en dirección al campamento, y el escupitajo se evaporó al tocar el suelo congelado. Ese otoño era tan frío como los pechos de una bruja, con una gelidez temprana que había arruinado los cultivos y puesto un filo hambriento en el carácter de cada uno-. Cogerás una enfermedad.
-¿Qué me importan las enfermedades? Lo único que me puede matar, hermano, eres tú.
-No te mataría-dijo apresuradamente.
Oleg tenía la edad de Konstantine, y casi el mismo tamaño: dos metros, bien musculados, con grandes puños. Mejor, Oleg era un gran luchador. Pero le temía al dolor. Cuando tenía que luchar, lo hacía, pero no le gustaba.
Konstantine lo amaba. Amaba ganar, por supuesto, pero más que eso, amaba todo lo relacionado con una pelea. Amaba trazar sus estrategias mientras estaba en pie, figurándose quién sería el siguiente en atacar y cómo, calculando cuál de sus enemigos era más fácil de vencer y cuál requería un esfuerzo extra. El dolor actuaba como estimulante, y el rojo era su color preferido.
Aquella noche Konstantine quería más acción. Supuso que allí habría probablemente cuarenta personas en el campamento Gitano: treinta hombres y mujeres de quince a setenta años, y diez niños.
-¿Acaso no hemos peleado fuerte esta noche? ¿No nos hemos lavado las manos en la sangre de nuestros enemigos?
-No eran nuestros enemigos-Oleg clavó su mirada en las fogatas del campamento-. Era únicamente otro trabajo.
-Sea quien sea al que nos hayan contratado matar, es nuestro enemigo-Konstantine cogió la botella y bebió hasta que el vodka quemó sus tripas, y la devolvió a su sitio. Él no infravaloraba a los Gitanos; defendían lo suyo, valoraban a la chica, y más que nada, peleaban sucio. Apreciaba eso. También calculó que podría robarles a la chica delante de sus propias narices-. Estoy negociando con un terrorista en Indonesia. Pronto iremos a la guerra. Hasta entonces-miró colina abajo hacia el campamento, la emoción de la persecución corriendo por sus venas-, pillaré unas cuantas gatitas Gitanas.
Oleg impactó la botella contra su cabeza.
Konstantine vio las estrellas.
Haciéndole un placaje por detrás de sus rodillas, lo tumbó y envolvió un codo doblado alrededor de su garganta.
-Si lo haces, deberás dejar el clan.
-¿Quién tendrá los cojones de echarme? -Konstantine miró dentro de los ojos de su hermano a modo de desafío-. No tú, Oleg.
-No. Yo no. Pero tal vez…tal vez la ley Gitana no viniera del primer Konstantine…sino de su creador.
-¿De su madre? -sus labios se curvaron-. Mató a su madre para sellar el pacto con su sangre.
-No. Del diablo-Oleg tiró del pelo de Konstantine-. ¿Nunca pensaste en eso? ¿Nunca has pensado que el diablo pudiera haber sido el que puso esa condición en el pacto?
-Por supuesto que lo pensé. ¿Nunca te preguntaste por qué? ¿Por qué habría de decirle el diablo al viejo Konstantine que no podía tocar a las mujeres Gitanas?
-Yo…no lo sé.
Konstantine se relajó bajo los brazos de su hermano. En un tono coloquial, dijo:
-¿Viste a la chica Gitana cuando estaba en el pueblo? -esperó-. Bueno, ¿la viste?
-Sí -Oleg era reacio a alimentar la obsesión de Konstantine, pero la entendía muy bien-. Es preciosa. Demasiada pequeña para ti, sin embargo.
-Pechos erguidos, cintura estrecha, pequeñas caderas, pelo oscuro-
-Le crecerá un bigote pronto.
-¿Qué me importa? No voy a quedarme con ella. ¿Pero te diste cuenta de esos profundos y oscuros ojos que lo ven todo? ¿Sabes por qué sus ojos son así? Porque puede ver el futuro.
Oleg bajó la guardia.
-Son Gitanos. Mienten para poder quitarles el dinero a los humanos crédulos.
-No, escuché a su gente hablando-creyeron que era un perro. La chica no dice la fortuna. Tiene visiones. Quiero que tenga a un hijo mío.
-Un hijo. No puedes tener un hijo con ella. ¡Es Gitana!
Konstantine agarró con fuerza las muñecas de Oleg.
-Piénsalo bien, Oleg. Abre tu pequeña y diminuta mente. Imagina un hijo con mis dones y sus visiones combinados. Sería poderoso, tan poderoso que El Maligno lo temería. Es por eso que no podemos yacer con las Gitanas. Porque mi hijo podría tomar el lugar del diablo como líder del infierno.
Oleg volvió a sentarse, su expresión horrorizada.
-A veces, Konstantine, estás loco.
Y tan pronto como Oleg perdió la oportunidad de mantenerlo agarrado, Konstantine cambió.
Donde había estado tumbado sobre la tierna hierba, había un montón de ropa, y sobre ellas se erguía un enorme y musculoso lobo de pelaje castaño-un lobo que era Konstantine.
Oleg se debatió por recuperar el agarre, pero el lobo cogió la mano de Oleg entre sus dientes y mordió hasta que los huesos crujieron.
-¡Puto govnosos! -aulló Oleg.
Konstantine lo soltó. A veces Oleg necesitaba ser puesto en su lugar.
Trotando colina abajo, entró en el campamento. Casi a la primera, captó la esencia de la chica-un cuerpo joven, fresco y limpio. Se mantuvo lejos de los hombres, queriendo no meterse en problemas hasta que tuviera su presa a la vista, y que nadie le prestara atención, porque los lobos viajaban en manada, y los canes aislados no eran un incordio. Siguió a su olfato, y allí estaba ella, sentada con las otras niñas, escuchando y hablando, riéndose de las payasadas de otra que estaba haciendo un sombrero de piel, todas usando un huso para convertir la lana en hilo. Se mantuvo fuera de la vista de la hoguera, observando.
Sus intenciones eran frías y calculadoras, cierto; quería un hijo nacido de sus entrañas. Pero el acto sería un placer, porque la chica era muy guapa.
Inesperadamente, algo frío corrió por su espina.
Peligro.
Miró a su alrededor. Los hombres estaban bebiendo, y no se habían percatado de su presencia. Oleg no se atrevería a interferir de nuevo; probablemente estaría aún curando su mano y maldiciéndolo.
¿Entonces dónde estaba el peligro?
Allí. En el lado más alejado de la hoguera. La anciana.
¡Clac! Estaba espantada, la corazonada de una vieja bruja con las cejas tan oscuras y salvajemente rizadas que se podían ver desde esa distancia. Tenía una de esas blandas, protuberantes narices de señoronas que se curvaba sobre sus labios arrugados. Lo peor de todo era que, bajo esas arrugas y el pelo cada vez menos abundante, vio un retazo de belleza. Era como si le hubieran echado un maleficio, que le causara vejez.
Estaba seguro de que su abrigo de pelo castaño y su inmovilidad lo esconderían de ojos humanos, hasta que ella miró directamente hacia él, sus grandes gafas de monturas negras agrandando sus atemorizados ojos. Lentamente alzó su mano y lo señaló con su torcido dedo.
El silencio cayó sobre las niñas, y todas se giraron a mirarlo como si fuera uno solo.
-Varinski -dijo, y la palabra era una maldición.
-No seas tonta, vieja. Los Varinski no nos molestan.
-Varinski -dijo la anciana de nuevo.
¿Cómo lo había sabido? ¿Cómo lo reconoció?
Entonces la niña, la que tenía las visiones, se levantó con el huso en la mano.
-Iré a comprobarlo, anciana.
Era más fácil de lo que esperaba.
La chica comenzó a caminar hacia él.
Él absorbió al lobo y volvió a ser un hombre.
-¡No! -gritó la mujer con una fuerza sorprendente.
La chica se giró y caminó de vuelta hacia él.
-Está todo bien. Tengo que coger más lana, de todas formas.
Mientras la mujer luchaba por ponerse en pie, la hermosa Gitana caminó directa hacia los brazos de Konstantine. No gritó; él no le dio la oportunidad. Con una mano sobre su boca, envolvió su brazo alrededor de su cintura, la levantó, y caminó hacia el extremo del campamento. Él estaba desnudo. Ella llevaba una falda.
Sería fácil.
Entonces la muy perra usó el huso para pincharlo en el costado.
Él la soltó y rugió.
Ella gritó tanto como le permitieron sus pulmones, y gateó para escapar.
Pudo vislumbrar a los sorprendidos hombres llegando y cargando contra él. Agarrando su brazo, la giró hacia él, y cuando levantó la aguja de nuevo, la arrancó de su mano y la lanzó a sus rescatadores.
-¡Poyesh’ govna pechyonovo! -rió, cogió al líder del grupo y lo arrojó con un puñetazo al centro de la masa de hombres que cargaba contra él. Lanzando a la pequeña Gitana sobre sus hombros, corrió a la oscuridad.
Ellos no podrían atraparlos, esos Romaníes. No tenían su velocidad, sus pulmones o sus instintos.
Después de varios intentos de golpearlo para hacerlo perder el equilibrio, la chica paró, pero él no cometió el error de creer que se había resignado. Sólo estaba esperando. Esperando a que él parase y pudiera combatirlo con toda su fuerza y espíritu. Lo hacía querer reír, esa pequeña cosa que quería apuñalarlo con aquel artilugio de mujer. Sería un placer domarla.
Media hora después, paró en un motel a las afueras de Poltava. Tenía un acuerdo con el posadero.
Allí, éste mantenía una cabaña disponible para Konstantine, y él lo dejaba vivir.
La chica estaba lacia, tiritando de frío, y sin aliento de haber estado golpeando el hombro de Konstantine. La empujó encaminándola hacia la puerta y el calor dentro de la habitación. Le permitió deslizarse por su cuerpo, y la mantuvo mientras recuperaba su equilibrio, esperando mientras ella lo examinaba.
No se molestó en mirarlo de arriba abajo; apuntó justo en sus genitales y los inspeccionó con indiferencia.
La mayoría de las mujeres se desmayaban o hacía sonoros arrullos. Entonces ella escaneó el resto de su cuerpo. Su mirada persistió en la evidencia sangrienta de su ataque con el huso. Dijo:
-Así que puedes ser herido-y sonrió.
No estaba asustada. Estaba furiosa, y preparada para atacar. Sólo medía apenas metro y medio de estatura, conteniendo un valor de dos metros y medio de desafío. No podría ser sometida; eso nunca funcionaría. Así que hizo algo fuera de su carácter. La besó.
No supo por qué. Nunca había besado a una mujer antes. El coito no requería ese tipo de intimidad. Pero algo en esa niña le hacía querer tocar sus labios con los suyos, y no era un hombre que se privara de sus deseos. Era un beso lujurioso.
Aplastó su boca contra la suya.
Frunció estiradamente sus labios para repelerlo, y al mismo tiempo, ciñó sus brazos con sus dedos.
Entonces…cuando su aliento tocó su cara, las sensaciones lo barrieron. No lo reconoció, se sentía como un fuego encendido en una estufa que nunca había tenido una llama. Deslizó sus brazos por su espalda, buscando la fuente de ese sentimiento.
Ella dejó de agarrar sus brazos y se mantuvo inmóvil. Entonces, oh dios, sus labios se ablandaron y se abrieron. Era como una ciruela madura lista para que él le diera un bocado-lo cual hizo, el más gentil mordisco en su exuberante labio inferior.
Ella brincó, y cuando él la lamió, volvió a brincar.
Su lengua tocó la suya, y tan rápidamente como un incendio forestal, el calor rugió fuera de control. Su beso se convirtió en un intercambio de sabores, roces, pasiones, almas. Su beso los consumió, cegándolo del peligro y llevándolo a la locura.
Nunca más cogería a otra mujer. La quería a ella, la Gitana. Nunca otra mujer.
Cuando finalmente se apartaron, sin aliento y asombrados, él miró el interior de sus oscuros ojos castaños, y vio su destino. Eso era por lo que debía tenerla.
Eso era por lo que el diablo se la había prohibido.
Cuando habló, su voz era ronca y llena de pasión.
-Mi nombre es Zorana.
-Zorana -repitió. Conocía bien la magia contenida en un nombre; supo, también, que ella se lo había regalado con una parte de su alma-. Mi nombre es Konstantine.
-Konstantine -asintió.
Cogiendo su mano, lo guió hacia la cama. Para él fue como si el universo hubiera cambiado, convertido en un lugar donde las antiguas normas no eran aplicables, y la frescura traía esperanza, por mucho tiempo apagada, ahora devuelta a la vida.
Estaba en lo cierto.
Pero ningún hombre desobedecía abiertamente la autoridad del diablo sin temibles consecuencias.
-Se supone que no debemos molestar a los Gitanos-Oleg tomó un largo trago de vodka-. ¿Recuerdas? Está escrito. Cualquier mujer es nuestra para follar, excepto esas Romaníes.
Konstantine mostró sus blancos y afilados dientes en lo que pasó por una sonrisa.
-Me pregunto por qué-la familia Varinski no tenía reglas. Casi ninguna regla. Podían hacer lo que quisieran-secuestrar, robar, torturar, asesinar-y nadie podría pararlos.
Pero existía una antigua ley.
No podían tocar a una mujer gitana.
-Los Gitanos son asquerosos-Oleg escupió en dirección al campamento, y el escupitajo se evaporó al tocar el suelo congelado. Ese otoño era tan frío como los pechos de una bruja, con una gelidez temprana que había arruinado los cultivos y puesto un filo hambriento en el carácter de cada uno-. Cogerás una enfermedad.
-¿Qué me importan las enfermedades? Lo único que me puede matar, hermano, eres tú.
-No te mataría-dijo apresuradamente.
Oleg tenía la edad de Konstantine, y casi el mismo tamaño: dos metros, bien musculados, con grandes puños. Mejor, Oleg era un gran luchador. Pero le temía al dolor. Cuando tenía que luchar, lo hacía, pero no le gustaba.
Konstantine lo amaba. Amaba ganar, por supuesto, pero más que eso, amaba todo lo relacionado con una pelea. Amaba trazar sus estrategias mientras estaba en pie, figurándose quién sería el siguiente en atacar y cómo, calculando cuál de sus enemigos era más fácil de vencer y cuál requería un esfuerzo extra. El dolor actuaba como estimulante, y el rojo era su color preferido.
Aquella noche Konstantine quería más acción. Supuso que allí habría probablemente cuarenta personas en el campamento Gitano: treinta hombres y mujeres de quince a setenta años, y diez niños.
-¿Acaso no hemos peleado fuerte esta noche? ¿No nos hemos lavado las manos en la sangre de nuestros enemigos?
-No eran nuestros enemigos-Oleg clavó su mirada en las fogatas del campamento-. Era únicamente otro trabajo.
-Sea quien sea al que nos hayan contratado matar, es nuestro enemigo-Konstantine cogió la botella y bebió hasta que el vodka quemó sus tripas, y la devolvió a su sitio. Él no infravaloraba a los Gitanos; defendían lo suyo, valoraban a la chica, y más que nada, peleaban sucio. Apreciaba eso. También calculó que podría robarles a la chica delante de sus propias narices-. Estoy negociando con un terrorista en Indonesia. Pronto iremos a la guerra. Hasta entonces-miró colina abajo hacia el campamento, la emoción de la persecución corriendo por sus venas-, pillaré unas cuantas gatitas Gitanas.
Oleg impactó la botella contra su cabeza.
Konstantine vio las estrellas.
Haciéndole un placaje por detrás de sus rodillas, lo tumbó y envolvió un codo doblado alrededor de su garganta.
-Si lo haces, deberás dejar el clan.
-¿Quién tendrá los cojones de echarme? -Konstantine miró dentro de los ojos de su hermano a modo de desafío-. No tú, Oleg.
-No. Yo no. Pero tal vez…tal vez la ley Gitana no viniera del primer Konstantine…sino de su creador.
-¿De su madre? -sus labios se curvaron-. Mató a su madre para sellar el pacto con su sangre.
-No. Del diablo-Oleg tiró del pelo de Konstantine-. ¿Nunca pensaste en eso? ¿Nunca has pensado que el diablo pudiera haber sido el que puso esa condición en el pacto?
-Por supuesto que lo pensé. ¿Nunca te preguntaste por qué? ¿Por qué habría de decirle el diablo al viejo Konstantine que no podía tocar a las mujeres Gitanas?
-Yo…no lo sé.
Konstantine se relajó bajo los brazos de su hermano. En un tono coloquial, dijo:
-¿Viste a la chica Gitana cuando estaba en el pueblo? -esperó-. Bueno, ¿la viste?
-Sí -Oleg era reacio a alimentar la obsesión de Konstantine, pero la entendía muy bien-. Es preciosa. Demasiada pequeña para ti, sin embargo.
-Pechos erguidos, cintura estrecha, pequeñas caderas, pelo oscuro-
-Le crecerá un bigote pronto.
-¿Qué me importa? No voy a quedarme con ella. ¿Pero te diste cuenta de esos profundos y oscuros ojos que lo ven todo? ¿Sabes por qué sus ojos son así? Porque puede ver el futuro.
Oleg bajó la guardia.
-Son Gitanos. Mienten para poder quitarles el dinero a los humanos crédulos.
-No, escuché a su gente hablando-creyeron que era un perro. La chica no dice la fortuna. Tiene visiones. Quiero que tenga a un hijo mío.
-Un hijo. No puedes tener un hijo con ella. ¡Es Gitana!
Konstantine agarró con fuerza las muñecas de Oleg.
-Piénsalo bien, Oleg. Abre tu pequeña y diminuta mente. Imagina un hijo con mis dones y sus visiones combinados. Sería poderoso, tan poderoso que El Maligno lo temería. Es por eso que no podemos yacer con las Gitanas. Porque mi hijo podría tomar el lugar del diablo como líder del infierno.
Oleg volvió a sentarse, su expresión horrorizada.
-A veces, Konstantine, estás loco.
Y tan pronto como Oleg perdió la oportunidad de mantenerlo agarrado, Konstantine cambió.
Donde había estado tumbado sobre la tierna hierba, había un montón de ropa, y sobre ellas se erguía un enorme y musculoso lobo de pelaje castaño-un lobo que era Konstantine.
Oleg se debatió por recuperar el agarre, pero el lobo cogió la mano de Oleg entre sus dientes y mordió hasta que los huesos crujieron.
-¡Puto govnosos! -aulló Oleg.
Konstantine lo soltó. A veces Oleg necesitaba ser puesto en su lugar.
Trotando colina abajo, entró en el campamento. Casi a la primera, captó la esencia de la chica-un cuerpo joven, fresco y limpio. Se mantuvo lejos de los hombres, queriendo no meterse en problemas hasta que tuviera su presa a la vista, y que nadie le prestara atención, porque los lobos viajaban en manada, y los canes aislados no eran un incordio. Siguió a su olfato, y allí estaba ella, sentada con las otras niñas, escuchando y hablando, riéndose de las payasadas de otra que estaba haciendo un sombrero de piel, todas usando un huso para convertir la lana en hilo. Se mantuvo fuera de la vista de la hoguera, observando.
Sus intenciones eran frías y calculadoras, cierto; quería un hijo nacido de sus entrañas. Pero el acto sería un placer, porque la chica era muy guapa.
Inesperadamente, algo frío corrió por su espina.
Peligro.
Miró a su alrededor. Los hombres estaban bebiendo, y no se habían percatado de su presencia. Oleg no se atrevería a interferir de nuevo; probablemente estaría aún curando su mano y maldiciéndolo.
¿Entonces dónde estaba el peligro?
Allí. En el lado más alejado de la hoguera. La anciana.
¡Clac! Estaba espantada, la corazonada de una vieja bruja con las cejas tan oscuras y salvajemente rizadas que se podían ver desde esa distancia. Tenía una de esas blandas, protuberantes narices de señoronas que se curvaba sobre sus labios arrugados. Lo peor de todo era que, bajo esas arrugas y el pelo cada vez menos abundante, vio un retazo de belleza. Era como si le hubieran echado un maleficio, que le causara vejez.
Estaba seguro de que su abrigo de pelo castaño y su inmovilidad lo esconderían de ojos humanos, hasta que ella miró directamente hacia él, sus grandes gafas de monturas negras agrandando sus atemorizados ojos. Lentamente alzó su mano y lo señaló con su torcido dedo.
El silencio cayó sobre las niñas, y todas se giraron a mirarlo como si fuera uno solo.
-Varinski -dijo, y la palabra era una maldición.
-No seas tonta, vieja. Los Varinski no nos molestan.
-Varinski -dijo la anciana de nuevo.
¿Cómo lo había sabido? ¿Cómo lo reconoció?
Entonces la niña, la que tenía las visiones, se levantó con el huso en la mano.
-Iré a comprobarlo, anciana.
Era más fácil de lo que esperaba.
La chica comenzó a caminar hacia él.
Él absorbió al lobo y volvió a ser un hombre.
-¡No! -gritó la mujer con una fuerza sorprendente.
La chica se giró y caminó de vuelta hacia él.
-Está todo bien. Tengo que coger más lana, de todas formas.
Mientras la mujer luchaba por ponerse en pie, la hermosa Gitana caminó directa hacia los brazos de Konstantine. No gritó; él no le dio la oportunidad. Con una mano sobre su boca, envolvió su brazo alrededor de su cintura, la levantó, y caminó hacia el extremo del campamento. Él estaba desnudo. Ella llevaba una falda.
Sería fácil.
Entonces la muy perra usó el huso para pincharlo en el costado.
Él la soltó y rugió.
Ella gritó tanto como le permitieron sus pulmones, y gateó para escapar.
Pudo vislumbrar a los sorprendidos hombres llegando y cargando contra él. Agarrando su brazo, la giró hacia él, y cuando levantó la aguja de nuevo, la arrancó de su mano y la lanzó a sus rescatadores.
-¡Poyesh’ govna pechyonovo! -rió, cogió al líder del grupo y lo arrojó con un puñetazo al centro de la masa de hombres que cargaba contra él. Lanzando a la pequeña Gitana sobre sus hombros, corrió a la oscuridad.
Ellos no podrían atraparlos, esos Romaníes. No tenían su velocidad, sus pulmones o sus instintos.
Después de varios intentos de golpearlo para hacerlo perder el equilibrio, la chica paró, pero él no cometió el error de creer que se había resignado. Sólo estaba esperando. Esperando a que él parase y pudiera combatirlo con toda su fuerza y espíritu. Lo hacía querer reír, esa pequeña cosa que quería apuñalarlo con aquel artilugio de mujer. Sería un placer domarla.
Media hora después, paró en un motel a las afueras de Poltava. Tenía un acuerdo con el posadero.
Allí, éste mantenía una cabaña disponible para Konstantine, y él lo dejaba vivir.
La chica estaba lacia, tiritando de frío, y sin aliento de haber estado golpeando el hombro de Konstantine. La empujó encaminándola hacia la puerta y el calor dentro de la habitación. Le permitió deslizarse por su cuerpo, y la mantuvo mientras recuperaba su equilibrio, esperando mientras ella lo examinaba.
No se molestó en mirarlo de arriba abajo; apuntó justo en sus genitales y los inspeccionó con indiferencia.
La mayoría de las mujeres se desmayaban o hacía sonoros arrullos. Entonces ella escaneó el resto de su cuerpo. Su mirada persistió en la evidencia sangrienta de su ataque con el huso. Dijo:
-Así que puedes ser herido-y sonrió.
No estaba asustada. Estaba furiosa, y preparada para atacar. Sólo medía apenas metro y medio de estatura, conteniendo un valor de dos metros y medio de desafío. No podría ser sometida; eso nunca funcionaría. Así que hizo algo fuera de su carácter. La besó.
No supo por qué. Nunca había besado a una mujer antes. El coito no requería ese tipo de intimidad. Pero algo en esa niña le hacía querer tocar sus labios con los suyos, y no era un hombre que se privara de sus deseos. Era un beso lujurioso.
Aplastó su boca contra la suya.
Frunció estiradamente sus labios para repelerlo, y al mismo tiempo, ciñó sus brazos con sus dedos.
Entonces…cuando su aliento tocó su cara, las sensaciones lo barrieron. No lo reconoció, se sentía como un fuego encendido en una estufa que nunca había tenido una llama. Deslizó sus brazos por su espalda, buscando la fuente de ese sentimiento.
Ella dejó de agarrar sus brazos y se mantuvo inmóvil. Entonces, oh dios, sus labios se ablandaron y se abrieron. Era como una ciruela madura lista para que él le diera un bocado-lo cual hizo, el más gentil mordisco en su exuberante labio inferior.
Ella brincó, y cuando él la lamió, volvió a brincar.
Su lengua tocó la suya, y tan rápidamente como un incendio forestal, el calor rugió fuera de control. Su beso se convirtió en un intercambio de sabores, roces, pasiones, almas. Su beso los consumió, cegándolo del peligro y llevándolo a la locura.
Nunca más cogería a otra mujer. La quería a ella, la Gitana. Nunca otra mujer.
Cuando finalmente se apartaron, sin aliento y asombrados, él miró el interior de sus oscuros ojos castaños, y vio su destino. Eso era por lo que debía tenerla.
Eso era por lo que el diablo se la había prohibido.
Cuando habló, su voz era ronca y llena de pasión.
-Mi nombre es Zorana.
-Zorana -repitió. Conocía bien la magia contenida en un nombre; supo, también, que ella se lo había regalado con una parte de su alma-. Mi nombre es Konstantine.
-Konstantine -asintió.
Cogiendo su mano, lo guió hacia la cama. Para él fue como si el universo hubiera cambiado, convertido en un lugar donde las antiguas normas no eran aplicables, y la frescura traía esperanza, por mucho tiempo apagada, ahora devuelta a la vida.
Estaba en lo cierto.
Pero ningún hombre desobedecía abiertamente la autoridad del diablo sin temibles consecuencias.
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